————— La Orquídea ——————
Por Carmen Gutierrez
El camino fangoso y adoquinado llevaba directo al centro del pueblo. Hacia tanto frió que la mayoría de las casuchas tenían aun las cortinas y ventanas cerradas. Un ladrido a lo lejos rompía el silencio de la pequeña ciudad adormecida. Ella caminaba sin mirar alrededor, ciega a los detalles, a los techos escurridos, a las macetas vacías, a las verjas podridas. Apenas soportando el hedor a oveja que impregnaba su nariz. Ahí estaba el olor. La peste. Después estar de tanto tiempo encerrada, inactiva, a la espera, no se podía acostumbrar a ese maldito olor a humanidad. Se llevó la pequeña mano a la cara, haciendo un esfuerzo por no vomitar.
Respiró profundamente pero fue peor. Cerró los ojos y concentró sus pensamientos en la orquídea, dejó que sus brazos se relajaran y enfocó su energía en encontrar a su objetivo. Se olvidó de las largas noches rogando por una oportunidad, de todo el tiempo de cotidianidad obligada, del asco profundo que le daba despertar cada día para encontrar con que seguía viva y funcionó. Problema atenuado. De momento la debilidad se había esfumado y estaba segura de que, como siempre, cumpliría su cometido. Al abrir los ojos volvió a tener el control y su olfato sobrenatural distinguió el aroma a la sangre que derramo Él. Continuó caminando.
Entró al bar sin notar que su presencia interrumpía el barullo regular de los parroquianos, quienes dejaron sus asuntos para observar a la pequeña mujer oriental, inexpresiva e indiferente que irrumpió en el lugar. Una persona común y corriente se hubiese asombrado de que una cantina estuviera a reventar a las ocho de la mañana, pero ella no. Ella sabía que los sitios visitados por Él se convertían al instante en sitios de culto, curiosos e incrédulos eran atraídos, no sólo por las historias que se contaban de estos lugares; si no porque la energía que Él dejaba a su paso se magnetizaba, purificando y reconfortando a los que entraban en su radio de acción. El trabajo de El Pro como se hacía llamar, limpiaba el ambiente. Además el atractivo visual de la cabeza de cerdo colgada en la pared hacia su parte.
Se sentó a la barra, esperando que el cantinero la atendiera. Tres tipos enormes levantaron sus tarros para brindar a la salud de la mujercita cuando ella los miró sin interés. Tal vez esperaban que se acercara a ellos; quizás sólo esperaban un asentimiento o una sonrisa. Pero estos tipos no la conocían. Ella era Yúrei. La única Yúrei en el mundo. Y Yúrei no sonreía.
El dueño de la cantina se acercó por fin, secándose las manos con un trapo sucio y grasiento. Con el mismo trapo se limpió la frente sudorosa; se intimidó ante los ojos orientales que lo miraron con asco desde el primer vistazo.
—¿Qué le sirvo...señora? —preguntó el hombretón fingiendo naturalidad aunque era evidente que estaba impresionado.
—¿Hacia dónde fue Traje Negro?
De pronto en medio de murmullos, los asistentes recordaron que tenían cosas más importantes que hacer, inventando mil pretextos abandonaron el lugar. El Cantinero los observó marcharse y abandonarlo con esa mujer que a todas luces estaba loca.
—No sé de quién me habla —alcanzó a balbucir aclarándose la garganta. Lanzó una breve mirada a la cabeza de cuchivilu colgada en la pared.
Yúrei torció los ojos en un gesto de impaciencia y llevó la mano derecha hacia la empuñadura de la katana oculta bajo el abrigo. El cantinero notó el movimiento y se replegó al otro extremo de la barra.
—Caucásico, casi dos metros de estatura, hombros anchos, cabello muy bien peinado, sonríe demasiado, bebe solo cerveza Sproff y viste siempre un traje negro —Yúrei señaló al cuchivilu detrás de ella con el pulgar —. Te libró de ese bicho hace poco y te dio instrucciones para deshacerte de esa cosa que, como puede verse, no hiciste maldita oveja ignorante.
—Él dijo que podía conservar la cabeza—replicó temeroso. Tenía miedo y con razón—. ¿Lo conoce?
—¡Eso no te importa! —espetó ella irritada—. Sólo dime a dónde fue y cómo.
—No…no…no lo sé. Se marchó poco después de... de... de eso. No sé donde está.
El pobre hombre no lo vio venir. Sin saber cómo se encontró de pronto acorralado contra la estantería de vinos baratos y una espada en el cuello. La mujer había saltado la barra con una agilidad increíble y presionaba el filo de la katana contra la yugular. El cantinero se sabía fuerte. Años atrás habría derribado a un toro solo con sus manos, pero ahora su valentía se escurrió por la entrepierna en un derrame inconsciente de orina.
Yúrei no se apartó. Siguió mirándolo con esos ojos completamente negros tratando de descubrir la verdad. No debería de matar a nadie más, sólo a su objetivo, pero el olor a oveja temerosa le excitaba las entrañas. Tuvo que controlarse para no separar en ese momento la cabeza del fétido cuerpo de ese estúpido humano que no dejaba de temblar.
—Sabes como encontrarlo —afirmó.
—¡No! ¡Lo juro! —el tipo comenzó a sollozar incontrolable.
—Si lo sabes. Puedo sentirlo —dijo ella cortando un poco de la piel del cuello del hombre. La sangre escurrió en un hilillo débil que amenazaba con convertirse en un torrente.
—¡Tiene un teléfono! —gritó el cantinero con la esperanza de que la presión de la espada disminuyera, pero fue todo lo contrario. Ya no pudo decir nada más. Su garganta quedo seccionada en un segundo y todo lo que supo fue que la mujer lo dejó caer al suelo mugriento para que se desangrara.
Una gélida mirada de indiferencia fue lo que recibió el hombre agonizante, mientras Yúrei notaba de nuevo el aroma de Él debajo de la registradora. Abrió el cajoncillo de madera con un golpe y dentro, envuelto en una tela roja, encontró un picahielos manchado de sangre. Lo tomó y lo guardó en su abrigo. Limpió la espada con la tela lista para salir. Pasó frente a la cabeza embalsamada en la pared y algo captó su atención. Una tarjeta de presentación protegida por una placa de vidrio. «¿Así de sencillo?» pensó. De un golpe con el puño estrelló el cristal y despegó la tarjeta; la leyó y la guardó junto con el picahielos.
—Te tengo —murmuró y se marchó del pueblo.
—————— Erase una vez...El Pro. ——————
Había una vez un pequeño pueblo que
emprendió un viaje desde el muy lejano Reino del Sol. Hicieron un largo y
peligroso viaje por los océanos hasta llegar a una tierra nueva, donde les
fueron prometidas grandes riquezas y un hogar para sus familias. Vagaron por
largo tiempo por el nuevo continente hasta que encontraron un bello lugar para
establecerse y fundaron el Reino de Nikkei.
Vivieron felices por muchas
generaciones, hasta que el Kuro to shiro no Akuma (El Demonio de negro y blanco) apareció para
atormentarles.
El automóvil negro se estaciona frente al Bar Koi, la portezuela
derecha se abre con delicadeza y un hombre sale del asiento del copiloto, es
tan alto que uno se pregunta como se metió en el auto en primer lugar. Al verlo
de lejos con su traje negro parece un hombre de negocios, hasta que se
distingue la playera blanca de cuello en V. Se le nota un poco ansioso, este es
el tercer y último local del pueblo.
—Puedes entrar conmigo, si gustas —dice a la conductora del
auto, inclinándose hasta la ventanilla.
—No, gracias —contesta Karina con desgana—después del lío de
Buenos Aires decidí no entrar contigo a un local.
— мусор (Tonterías) —replica Zee— Eso sólo
fue mala suerte.
—Mala suerte tendrás tú, si no dejas de hablarme en ruso—dice
la joven guiñándole un ojo.
—No discutamos pequeñeces del pasado —sentencia el hombre
con voz temblorosa—. Además ¿Cómo iba a saber que las puertas de emergencia
estaban cerradas?
—Creo que no querrás discutirlo, no ahora—dice sonriendo
mientras mete la primera marcha haciendo rugir el motor—. Será mejor que
concentremos nuestras fuerzas en lo que has olfateado.
Al decir esas últimas palabras, suelta el embrague y mete a
fondo el acelerador, el Dodge Charge desaparece en una nube de polvo dejando a
Zvonimir con la réplica en los labios.
— Nosed (Olfateado), cuando lo dice de esa
forma me hace sentir un собака (perro) —murmura para nadie antes de entrar al Restaurant-Bar esperando
con toda su alma encontrar lo que le han negado en los últimos tres bares.
Entra al lugar con ese modo suyo tan característico:
pausado y despreocupado como siempre. La sonrisa relajada en la cara es —a su
propio juicio—su mejor carta de presentación. Le es difícil caminar entre las
mesas, el salón está a reventar de clientes. Su instinto le dice que es un día
especial. Sigue andando hasta encontrar un buen lugar en la barra, para su
gusto el baño debería estar más cerca pero bueno nada es perfecto. El barman ya
se acerca con cara de pocos amigos.
—¡Oyasuminasai! (Buenas noches) —dice el barman en
japonés.
—¡Joder, ahora sé lo que siente Karina! —exclama entre
risas, sin hacer caso de la cara impávida del tendero que no comprende cual es
la gracia.
—¿Nani ga son'nani okashīdesu ka?(¿Qué es tan gracioso?)—efectúa una
pregunta en ese idioma desconocido con una mirada recelosa.
—Seguro que con esto no te hago hablar en ruso, pero sí que
dirás algunas palabras en español—le dice al oriental mostrándole un legajo de
billetes de cien dólares.
—Bienvenido al Bar Koi estimado cliente, ¿En qué puedo
servirle? —el tendero le da la bienvenida
con una pronunciada reverencia,
frotándose la manos y sin apartar la mirada del dinero en la mano de Zee.
—Con
dinero baila el perro —afirma Zee guardando el manojo en la chaqueta—, ponme
una Sproff, camarada.
2
La calamidad nunca llega sola. Taka-Onna la fea y celosa demonio,
acompañaba a Kuro
to shi no Akuma buscando los favores de
su amor.
El pavimento artesanal de las calles de Nikkei es más fácil
de recorrer con sus botas vaqueras que con el Dodge, menos mal que no hace caso
de los comentarios sarcásticos de Zee sobre sus adorables botas cafés. Sabe que
llama la atención aunque nunca se ha considerado una mujer guapa ni refinada.
Con sus tejanos ajustados y su blusa de franela a cuadros amarrada a la
cintura, parece más una actriz de westerns clasificación B buscando a su
caballo que una investigadora tratando de conseguir información. Está cansada y
un poco fastidiada de haber recorrido el pueblo sin conseguir que los viejos le
soltaran una palabra en español. Los ancianos recorrían su estrecha figura
fijándose en su cara sin maquillaje, la piel pálida, el cabello recogido en una
coleta y optaban por hablar japonés y fingir que no entendían una sola palabra
en castellano. “Es porque adivinan tu carácter saca pulgas” habría dicho Zee
muerto de la risa.
Con los más jóvenes en cambio, ha tenido suerte. Hablan con
ella —¡en español! ¡Al fin!—. Le cuentan que mañana por la noche se celebra el Matsuri (festival) de otoño.
Recolección de datos…ese es su trabajo.
—Yo busco datos, él
destruye si es necesario....—dice en un susurro para ella misma— ¡Joder! Con
Zee siempre es necesario. Se mete en follones todo el tiempo, con ese rollo de
"yo soy El Pro". Debería
decir: "Yo soy el niño".
Una anciana la ve como si Karina fuese un trozo de mierda.
La vieja también susurra por lo bajo y entre todas las palabras que pronuncia,
Karina distingue una con claridad, se la han dicho casi todos los ancianos: Gaijin. No tiene idea de cuál sea su
significado. De lo que sí está segura es
que es un insulto; debe ser un insulto
de los grandes porque no es pronunciado sino escupido con odio. Ignora a la
diminuta veterana sin darle importancia a esas injurias, su mente regresa a los
datos. El Matsuri, en palabras de
los jóvenes es una fiesta cultural. En la cual puede ponerse en movimiento eso que a olfateado Zee. Su trabajo está
terminado, tiene que informarle. Como en tantas ocasiones desenfunda el móvil
que cuelga de la cintura de los tejanos. Tiene el número en marcado rápido y espera el primer
tono…
Piiiipp….piiiiipp…piiiiipp.
—¡Joder, contesta!—grita al micrófono.
Piiipp…piiipp…piiiipp.
El número al que marcó es privado,
si eres hombre cuelga ahora mismo, si eres una hermosa chica deja tu número de
móvil y tu medidas. Si eres Karina sabes dónde estoy ven a buscarme, honey.
Piiiiiiiiiiipp…
La última vez que escuchó ese mensaje lo encontró en un
callejón de Buenos Aires desangrándose; se estremeció y corrió a buscar el
Dodge.
3
El demonio de blanco y negro tentó a los inocentes
pueblerinos con pergaminos embrujados, obligándolos a servirle durante días,
ofreciéndole comida, a las más bellas mujeres, y sobre todo el brebaje que le
daba sus poderes, una bebida de sabor horrendo que lo mantenía despierto y lujurioso.
—Un hombre con tanta riqueza, debe tener entretenimiento de
primera clase—dice el dependiente del bar.
—No soy un hombre de muchos placeres, pero sé divertirme de
vez en cuando—contesta Zee.
—Yo tengo la diversión que usted desea.
—¿Mujeres? —pregunta El Pro con una sonrisa de complicidad.
—Si ese es tu deseo puede ser cumplido —dice una voz
femenina desde la puerta del local.
Gira tan de prisa que su cuello se queja con un chasquido.
Para su sorpresa es Karina, quien le dedica una sonrisa coqueta desde la puerta
del local.
—¡любовь!
(cariño)—grita eufórico al verla.
—¡Hola guapo! —le dice acercándose lentamente a él.
Al verla moverse tiene una sensación extraña, un revolotear
en el estómago que solo ha sentido en pocas ocasiones. Hay algo diferente en su
compañera, sus ojos iluminan el lugar y los colores de pronto se tornan más
intensos y nítidos. Todo lo que la rodea es más hermoso, su piel se ha vuelto
más clara, casi como la porcelana. Puede ver que no hay una sola imperfección
en su cutis y su cabello castaño irradia un pequeño halo rojizo.
—¿Qué pashaaa?—pregunta atontado.
—Nada de lo que tengas que preocuparte por ahora, cielo—responde
Karina con voz melosa.
—¿Quién erehhhssss?
—Seré quien tú quieras que sea—dice sonriendo con picardía
cerrando los ojos hasta que solo queda una rendija curva.
4
Los celos de Taka-Onna la embargaron
a tal punto que buscó venganza. Los guerreros azules de Nikkei tomaron ventaja
de ello, dejaron que los demonios pelearan entre ellos. La fortuna les sonrió…
uno de los Yokai (demonios) murió en la batalla.
—A todos los trajes azules, tenemos un código dieciséis en
el Bar Koi, respondan. Cambio.
—Aquí la Sargento Naota, estoy cerca del lugar. Cambio.
—Es un incidente con Gaijins, proceda con cuidado. Cambio.
—Diez-cuatro enterada, llevo conmigo a cinco trajes azules.
Cambio y fuera.
Los policías, —incluyendo a la Sargento quien frena de
improviso para dar vuelta y acercarse al bar— revisan sus armas, saben bien que
los problemas siempre llegan con los blancos.
—Tendremos que dejar la supervisión del Matsuri —dice con
fingido pesar y sus compañeros sonríen, todos saben que ella odia esa tarea de
todos los años—. El deber llama señores.
Recorren la distancia entre la sede del festival y el bar
en menos de diez minutos, gracias a que han vivido en Nikkei toda su vida la
conocen como la palma de su mano; acortan camino por callejuelas y a menos de
un kilómetro de distancia distinguen el alboroto.
Al arribar al lugar la sargento encabeza la formación de
dos en dos que ha ideado, el lugar esta rodeado de curiosos, que se apartan
para dejarles el paso libre. Se oyen ruidos de cristales y cosas rompiéndose en
el interior. La gente murmura y señala las ventanas, lo que significa que han
llegado a tiempo. Se mueven con cautela, no tienen idea de que es lo que pasa
dentro. Naota ordena a su pareja que la siga hasta la entrada del lugar, los
cuatro restantes esperaran afuera. La experiencia que suman todos juntos no
alcanzará para comprender lo que están a punto de ver. Antes de que pongan un
pie dentro del Bar Koi aparece un hombre
en el umbral de la puerta, con pasos tambaleantes arrastra por el cuello de la
camisa al Barman.
—Tengan cuidado con la chica que está dentro, es una
fierecilla —dice escupiendo sangre antes de irse de bruces.
“Nos quedamos boquiabiertos” será la expresión que usara
Naota en los años siguientes cuando relate la experiencia que está viviendo.
Dos de los policías se apresuran a dar auxilio al Gaijin inconsciente y a tratar
de reanimar al Barman. Naota al entrar al lugar descubre que está hecho un
desastre, no queda nada en pie. Lo único intacto es una pequeña pirámide hecha
con latas de cerveza, la escena parecería graciosa de no ser por el cadáver de
la hermosa joven vestida con tejanos quien yace en un charco de su propia
sangre apuñalada por la espalda.
—Con esto obtendré un ascenso —dice la sargento con una
sonrisa ambiciosa—. Esposen a ese bastardo, está detenido por asesinato
culposo.
5
Débil quedo Kuro to shi no Akuma y
su reinado del terror finalmente fue detenido por los guerreros azules que
apresaron al demonio en el santuario de la justicia.
Despierta de la inconsciencia despatarrado y adolorido
sobre un catre mugriento y con un olor rancio a orina. Al abrir los parpados
mueve los ojos buscando algo que le sea familiar pero no lo encuentra.
Lo único que le es conocido son los miembros fálicos y
palabrotas que están grabadas en las paredes de hormigón. Echa una mirada al
techo grisáceo, manchas de humedad y más rayones en las esquinas enmarcan una
sola bombilla de cincuenta watts que mal ilumina la habitación. Con un
movimiento casi robótico logra sentarse, trata de ponerse en píe. No lo logra.
Siente un dolor que nace en la nuca y muere en su frente y le
desgarra por dentro. Desea que le explote la cerebro, llenara así las paredes
con pedazos de su ser, pero el dolor dejaría de joderle. Trata de llevarse las
manos a la cabeza para masajearse las sienes, algo lo detiene.
—Но что, черт возьми? (¿Pero qué mierda)?—dice al sentir el frio metal de las esposas que le
apresan las muñecas—. Que no panda el cúnico, Zee—se consuela cerrando los ojos;
trata de no sonreír y respira con calma, guarda el aliento cada dos
inspiraciones como le enseño El Profe,
para así sumirse en el silencio de la mente.
Los recuerdos son borrosos, sabe que ha estado en un Bar.
Se acuerda de haberle pagado al oriental por la cerveza y el tipo le ofreció
algo de entretenimiento. “El único espectáculo que me interesa son las mujeres”
cree haber contestad al ofrecimiento del barman. Su memoria se vuelve nebulosa,
cree ver a Karina entrando al bar. La concentración se pierde.
No puede recordar más, el dolor se le impide. Deja de
esforzarse, ya lo intentará en otra ocasión. Examina con cuidado su nuevo
hogar, no hay ventanas, ni barrotes. Solo una puerta metálica con una pequeña
ventana. Hace un nuevo esfuerzo para levantarse. Esta vez lo consigue.
Logra acercarse a la puerta, golpea tres veces. No hay
respuesta.
No necesita los servicios de Karina en esta situación, no
hay misterio alguno. Está en el truño. En los últimos años ha estado en siete
celdas diferentes—gajes del oficio— en esas ocasiones sabía exactamente cuál
fue su delito, ahora no tiene idea de que fue lo que hizo.
—¡¿Hay alguien ahí?!—grita a la puerta.
—Señor Zvonimir, usted y yo tenemos que charlar —le dice una
mujer con acento entre oriental y peruano.
—Claro lindura—contesta Zee con su acento entre ruso y
chileno—pero antes que nada quiero hacer mi llamada, hay una chica con la que
tengo que hablar.
6
El General Nota, líder supremo de
los guerreros y protector del reino, torturó al demonio por meses para hacerlo
pagar por sus crímenes.
Sentada mirando fijamente al hombre que ha arrestado y presunto
culpable de asesinato trata de calibrar al extranjero, en el centro del
escritorio una grabadora lleva el registro del interrogatorio.
—Siete mil dorales en billetes de cien, un móvil, un
tarjetero, tarjetas de presentación y una baraja pornográfica —dice la Sargento
Naota al asesino que tiene frente a ella—¿Tiene algo que agregar?
—De hecho así es—dice en tono de réplica—prefiero llamarlos
naipes eróticos, “baraja pornográfica” suena muy corriente.
—¿Y eso le parece divertido? —pregunta la sargento alzando
la ceja.
—Un poco, ambos sabemos que cual quiera que fuera mi
delito, puedo pagar la fianza con el dinero que me han confiscado—responde
sonriente.—¿Ahora puedo hacer mi llamada?
—¿A quién tiene pensado llamar?—pregunta Naota—si es a la
chica que estaba con usted no está disponible en estos momentos.
—черт (Diantres), ¿También está en el
truño?—pregunta entre risas.
—Lamento decirle que se encuentra un piso más abajo, en la
morgue. Gracias a usted.
La reacción en el rostro del acusado la convence de que es
culpable o de que está loco. Zee se relaja y la sonrisa que tiene en la cara se
hace más grande, dejando ver sus dientes blancos.
—¡Oh! —exclama tornando sus labios en un círculo de lo más
gracioso— Con que esas tenemos. Pues retiro mi oferta, no pagare la fianza y
desde luego ya no quiero esa llamada.
—No creo que pudiera pedir ninguna fianza —dice la mujer
tajante— ¿He de creer que se declara culpable?
—Claro que no, sabrosura —niega guiñándole
el ojo—.Pero estaré libre como el viento antes de que termine esta noche.
—¿Así que escapará? —pregunta con una carcajada fingida la sargento.
—No soy un escapista.
—¿Entonces como espera liberarse?
El prisionero no responde. Con toda
tranquilidad se levanta de la silla y comienza a hacer estiramientos.
—Somos pueblerinos, mas no estúpidos—grita
la mujer golpeando el escritorio con el puño cerrado— ¿Quién le ayudara en su
escape?
Zee la mira cínico pero no responde.
—Regrésenlo al agujero—ordena la sargento.
Lo normal sería que entraran los guardias de
turno para someter al prisionero y llevarlo a la celda siguiendo las órdenes
pero no sucede nada.
—No se atreva a salir de aquí —ordena la
mujer señalando a Zee con una mano y con la otra desenfunda la pistola.
Con cautela sale por la puerta que comunica
al pasillo, la tranquilidad que percibe en el ambiente está cargada de una
tensión incomoda. A los lados de la puerta ve los toletes de los guardas
tirados en el piso. Apunta su arma, camina por el corredor hasta llegar a la
oficina central. Está desierta. Hace unos momentos en ese lugar se encontraban
cinco de sus subalternos, en este momento solo queda el mobiliario. Al fondo de
la oficina se encuentran las escaleras que comunican con la morgue, la puerta
está abierta.
—¡Idiotas! ¡Morbosos! bajaron todos a ver
la novedad de la noche.
Regresa el arma a la funda que lleva por
debajo del brazo, con paso decidido se acerca a la escalera. Un escalofrío le
recorre la espalda frente a la escalinata.
Un fuerte sonido al otro lado de la oficina
le provoca un sobresalto. Algo pesado se estampa a su derecha, voltea en un
movimiento reflejo buscando la fuente de tal sonido. Una ventana se ha azotado
por el viento. «¿Otra vez persiguiendo yúreis,
Naota?» se dice en un pensamiento. Comienza a
bajar las escaleras de la morgue y se detiene al toparse con una maraña de
pelos rojizos, baba y dientes. Los ojos de la bestia que tiene en frente son
del color del fuego y su mirada quema como el mismo. Lo que sucede a
continuación es pura suerte, la bestia llena de ira resbala en los escalones,
dándole tiempo de para desenfundar la pistola y disparar tres veces.
El pánico se apodera de su cuerpo, corre
sin saber a donde la dirigen sus piernas. En lo único que piensa es en estar a
salvo. Abre la puerta de los separos con manos temblorosas y encuentra al
hombre de casi dos metros que antes interrogaba que le sonríe con ternura.
—Tome una tarjeta, madame. Creo que la
necesita —le ofrece el prisionero aun con las manos esposadas.
—¿Quiénesusted?—dice tan rápido que apenas
se entiende ella misma.
—Yo soy El Pro.
7
Después de ser torturado por años,
Kuro to shi no Akuma fue obligado a proteger al reino, para que los otros
demonios no invadieran Nikkei.
Mientras la sargento recorre las oficinas,
Zee tiene tiempo suficiente para recordar que demonios pasó en el Bar y sonríe
creyendo que entiende todo.
— Черт Фокс (Maldito
zorro), me engatusó.
Cuando Naota abre la puerta él ya está
listo para que le libere de las esposas, recuperar su dinero y entrar de nuevo
en acción. Mientras ella hace todo lo que predijo, Zee sonríe complacido.
Ordena a la temblorosa mujer esperar en la sala de interrogatorios, la pobre
chica está a punto de tener un ataque sicótico.
Recorre el camino hasta la oficina central
siguiendo las instrucciones de Naota. La puerta sigue cerrada. Por segunda vez
en el día se sorprende recordando las enseñanzas.
La voz de El Profe
repite en su cabeza una y otra vez: El folklore, los cuentos y las leyendas deforman los hechos reales, Sr.
Dobrovolski. La mayoría de las criaturas que estudiamos en la cripotozoologia
están adornadas por esos tres fenómenos sociales. Sin embargo, en esos mismos
fenómenos se esconde la verdad sobre las bestias que rondan por el mundo, los
cuentos sólo son cuentos. Hay que buscar el trasfondo de la verdad. Si
escribieran un cuento sobre tu vida terminarías, con los años, usando capa y
los calzones de fuera. Lo sabrías si leyeras un poco.
—Viejo
caco—dice mientras
hurga en los escritorios, sonriendo
con nostalgia—.Me hiciste leer todos esos cuentuchos.
Sigue
rebuscando entre los cajones, no hay nada que le sirva como arma. Naota ofreció
su pistola, pero él no podía aceptarla, si el asunto se desmadra y el animal la
ataca, lo mejor es que tenga alguna forma de defenderse. ¡Bingo! Ha encontrado
una pequeña espada empotrada en una placa con unos garabatos que no entiende.
武士の名誉は血で清めです
(El honor del samurái se limpia con sangre)
—Kitsune
el zorro embaucador, hará que pierdas el camino, se transformara en lo que más
deseas para atraerte a una trampa, solo por diversión —recita al comprobar el
filo de la hoja metálica.
Baja
las escaleras empuñando el wakizashi en
la mano izquierda sin saber que un antiguo samurái lo haría de la misma manera.
Al llegar a la morgue encuentra a los policías, algunos malheridos otros
inconscientes pero aún están vivos, vaya suerte que tienen. Detrás de la mesa
de exploración la encuentra tirada en el suelo, se ha quedado a media
transformación entre zorro y humana. El pelo rojizo cubre su exuberante cuerpo
desnudo. En la espalda una herida de por lo menos cinco centímetros supura
sangre y en la cara tres disparos le deforman el hocico. Gime de dolor, está
sufriendo. Al verla es difícil no imaginarla como un cachorro golpeado por un
auto en la autopista.
«Kistune la zorra, amante
devota, protectora del ser amado. Si te hubiese reconocido antes…si no me
hubiera confundido. Te equivocaste al transformarte en Karina y yo al pensar
que eras tú lo que me llamaba a Nikkei» piensa Zee al identificar a la criatura
tirada a sus pies. No puede evitar sentir un nudo en la garganta al notar que
está agonizando. Se arrodilla junto a ella, no le importa mancharse el pantalón
con la sangre de la noble bestia.
—De verdad lamento hacer esto
—coloca la afilada hoja en el cogote peludo.
El wakizashi corta un poco de
la piel. La sangre escurre en un hilillo débil amenazando con convertirse en
torrente. El Pro le recita un poema antes de terminar
con el trabajo.
Флаттера через окно проснулся
мальчик, который спал в своей постели.
Он испугался, белое лицо,
Его руки были потливость,
его тело дрожало.
Медленно вытащил обратно шторы.
Тихо открыл окна.
Пронзительный ветер ударил вашего лица
затем что-то, что слезы его.
Он пал жертвой страх позади
чтобы увидеть предмет черной одежде.
—СЕГОДНЯ ДЕНЬ!—Плакала дрожь.
—Я пришел для вашей души, глупо поручено[1]
La
Kitsune no aparta la mirada de la suya, en plena consciencia de lo que está por
venir. Contiene el aliento y cierra los ojos, preparada para tener una muerte
honorable sabiendo que el hombre del traje negro se culpará por siempre del
error que ha cometido. Zee besa su frente y apoya un poco más el arma. Secciona
su garganta en un
segundo.
Se levanta frustrado, patea lo primero que ve en su camino
haciendo una rabieta. Se encoge de hombros y sube las escaleras corriendo
cuando se da cuenta de que ha pateado a un policía en la cabeza. Huye del lugar
escuchando los quejidos del policía pateado y aguantando una risa de sabor
amargo.
8
Un viejo y cansado Kuro to shi no Akuma es desterrado
del reino de Nikkei, nunca más se supo de él, o eso dice el cuento.
Toda
la noche a tratando de localizar a Zee. Ha seguido su rastro por todo el
pueblo, desde el destrozado Bar Koi hasta la desolada comisaria. Estar
preocupada por él, es un gran dolor en el culo, pero aun así le gusta trabajar
a su lado. Desde que era niña ha sabido que Zee despide una energía que te hace
sentir mejor persona, que todo estará bien.
Maneja
el Dodge Charge tranquila, presiente que el peligro pasó. El último lugar que
queda por revisar es el camino de terracería que comunica al pueblo de Nikkei
con la Carretera Panamericana.
Lo
ha encontrado, está segura de que es él. Los faros del coche le iluminan la
espalda, se encuentra arrodillado frente a un montoncito de tierra suelta.
—Por
fin te encuentro, cretino—le dice al bajar del coche.
—No
sabía que estaba perdido.
—Tengo
la información que necesitas, un festival de otoño se celebra mañana…
—Ya
no es necesario, he destruido lo que había en este pueblo —interrumpe a
Karina—. Me la tope por casualidad.
—Genial
yo me mato por buscarte datos y tú te cargas al bicho “por casualidad”—enfatiza
haciendo las comillas con los dedos alguna —. ¿Qué era lo que jodía a este
pueblo?
—Era
una Kitsune, pero me equivoque no estaba atormentando a nadie —al decirlo se
levanta del suelo, lleno de tierra y sangre, camina tambaleándose trata de
subir al automóvil.
—¿Quieres
cambiarte antes de que nos vayamos?—le ofrece sabiendo de antemano la
respuesta.
—Esta
vez no querida, esta vez no…
Sin
replicar lo acompaña hasta la puerta, rodea el coche y toma su lugar en el
asiento del conductor. Pone en marcha al Dodge y arranca con un acelerón, dejando
atrás una nube de polvo. Por el retrovisor logra ver el pequeño altar que ha
hecho Zee, dejando una espada pequeña enterrada en la tierra suelta.
Epilogo
Ha estado parado frente al letrero más de veinte minutos,
lo ha leído tantas veces que le lloran los ojos. Tres poblados diferentes
figuran en la pancarta. Extiende la mano rozando las letras de uno de los
nombres, cierra el puño y golpea con frustración el membrete.
—¡Hey Lerdo!—grita Karina desde el coche—.Eso es
destrucción de propiedad federal.
—No importa—dice Zee con una sonrisa amarga en el rosto.
—¿Olfateaste algo nuevo?
—Nada nuevo—contesta estoico—.Es lo mismo que sentí al
llegar a Nikkei, es algo tan grande que me ha confundido.
—¿De que estas hablando?
—No importa, no iremos ahí—dice apuntando al cartel, justo
en el lugar donde golpeó.
—¿Estás seguro?, podemos llegar en menos de un día.
—Sí, ya perdimos mucho tiempo en Nikkei. Recuerda que
Marina nos está esperando.
—¿Aun crees que necesita de nuestra ayuda?
—Sí, sé que está en peligro—dice al montar al Dodge.
Karina no dice nada mas, pone en movimiento el coche
dejando atrás el cartel.
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Agradecimiento especial y estrellita en la frente para Carmen por su ayuda en la edición.
Agradecimiento especial y estrellita en la frente para Carmen por su ayuda en la edición.