Por Carmen Gutiérrez y José "Pepe" Luis Martinez.
1
—¡Es increíble, mi estimada señora! —dijo el
hombre nada más entrar a la casa— ¿Cómo es posible que viva de este modo tan…
inhumano?
—Inhumano, dice usted —exclamó la señora White —. No puedo creer, estimado
amigo, que piense eso de mí, ¿acaso no recuerda el motivo de mi exilio?
—Lo lamento, mi querida Ana, tiene razón, olvidé por un
momento la situación —dijo con una leve sonrisa de medio lado y agregó—. Aún así, usted bien podría
vivir de una manera menos… precaria.
—Jonathan, este es el modo en que me siento cómoda, si vivo de una manera u otra,
a usted ¿qué más le da?—dijo limpiando un poco la mesa, en un vano intento de
mejorar su aspecto—. Lo que en verdad importa es mi tranquilidad, no
quiero que nadie sospeche y descubra mi identidad. Esta casa, así como está, es
mi refugio.
—Si ese es el caso, olvidemos pues mi comentario, no era mi
intención ofenderla —contestó
Jonathan al tomar asiento.
—No tiene porque
disculparse, Jonathan —dijo la señora White al servir el té—. Pero dígame, mi
estimado amigo, ¿a qué debo el honor de su visita?
—He escuchado rumores sobre su salud. No, no tiene de que preocuparse, su seguridad no ha
sido comprometida. Han sido nuestros contactos los que han estado preocupados
por usted y, por lo que pueden ver mis ojos, no estaban erradas dichas palabrerías, ¿ha estado enferma?
—¿Qué más da? —espetó
con un guiño—, la muerte llega sin avisar. Los que saben dicen que morir es un privilegio y en mi condición actual, parece que los privilegios no
son para mí ¿No cree?
—¿No tiene miedo de morir?—preguntó
el elegante caballero al sorber un poco de té.
—No, Jonathan, no le tengo miedo a la muerte, pero me
horroriza el no haber sabido vivir.
—¿Por qué lo dice?
—No estoy segura de que mi paso por este mundo haya sido de
provecho. Todos estos años conteniendo la información de los grandes autores
como Huxley, Shakespeare, Dante u Homero y mire donde estoy ahora. La belleza
de esas obras plasmada en los escritos está aquí —dijo señalándose con el
índice a la cabeza— y no sé si
en realidad eso ha tenido algún sentido o ha servido de algo.
—Recuerdo ahora esas noches en la sala del Coronel,
platicando de los grandes autores, ¿usted
las recuerda? —quiso saber Jonathan.
—¿Cómo poder olvidarlas, querido? Fueron los años más felices
y fructíferos de mi vida —al decirlo
suspiró con melancolía—, pero esos días están en el pasado y ahí se quedarán.
Mi amado Coronel es un claro ejemplo de lo que nos ha pasado, vivió y murió víctima de su
propia sabiduría. ¡Culpable de querer conocer la verdad y de exigir el derecho
a pensar!
—En verdad fue muy difícil ver todo lo que sufrió —dijo
el joven con pesar—, pero su sacrificio nos mantuvo con vida, preservando así
los años de estudio y, es
gracias a él que ahora somos de los pocos que conocimos los verdaderos libros.
—¿A mí de qué me ha servido? —exclamó la señora White con una carcajada breve, llena más de tristeza
que ira —. Para usted que se vendió
a esos perseguidores ha sido fácil, pero yo que estoy sola y viviendo,
como bien dice, en condiciones inhumanas, ¿de qué me vale el conocimiento
resguardado?
El silencio se apoderó de la sala, como si el tiempo se
detuviera ante dichos reproches por los hechos pasados. Hombre y mujer bebieron
con pequeños sorbos el té, mostrando los meñiques al aire como les fue
inculcado en la antigua sociedad.
—Es extraño —dijo ella rompiendo el silencio y
sorprendiendo a Jonathan, quien derramó un poco de su té—. En esta soledad a
veces mi mente toma diferentes caminos,
¿se imagina qué habría pasado si nunca hubiéramos encontrado esos
objetos rectangulares llenos de hojas? ¿Si nunca hubiéramos tenido esa
curiosidad y anhelo por saber los misterios que escondían? —preguntó poniéndose
de pie y dando lentos e inseguros pasos, cómo lo hacía en las reuniones—
Pero luego recapacito y agradezco el hecho, porque en cada libro,
pergamino y legajo de papeles existe el autor, cada uno de esos rectángulos era
una persona, sus vivencias, fantasías y, quizás, hasta sus paranoias. Esos
pequeños objetos nos abrieron el camino hacía
mentes que no eran las nuestras, reacciones que nunca habríamos tenido, cosas
que nunca sucedieron y que se grabaron en nuestra mente como un tatuaje de
sensaciones que nadie, a pesar de todo, ha podido borrar. Estoy envejeciendo,
Jonathan, y mi cerebro es más lento que nunca. Pero cierro los ojos y recuerdo
una imagen que nunca vi, Dante
siguiendo a Virgilio a través del infierno; siento el calor, escucho los gritos de los condenados y siento el
anhelo de ver de nuevo a Beatriz.
—Comentarios como ése
hacen que admire su temple y aprecie esta amistad —dijo Jonathan, limpiando el
té derramado —. Está claro que
cualquier otra persona —Como
yo, dijo para sus
adentros— se hubiera dejado guiar por el camino fácil, pero no usted… tú siempre
vas contra las normas.
—Al contrario, amigo mío, sigo siendo fiel a las verdaderas
normas y en especial a las que se establecieron para asegurar el bienestar de
los ciudadanos. Pero nunca imaginé que ellos usaran las letras
para su conveniencia, avivaron
la distribución del antiguo y nuevo testamento que fue el culpable de la
división religiosa, dando como fruto un pueblo desunido y he aquí que la desunión nos hizo un pueblo fácil de
controlar.
—Todo fue tan bien elucubrado…—dijo
el gentilhombre con la cabeza gacha, dejando la sentencia en el aire.
—Usted lo ha dicho, querido —le dio la razón la mujer—. Tan
bien planeado que el nuevo gobierno sabía que la sociedad dividida
no da frutos, sino que estira la mano para recibir cualquier cosa. Dejamos de
ser productivos y de ahí la prohibición de todo libro religioso y asociación de
ese tipo. ¿Sabes cómo terminamos en estas condiciones? Fueron más allá, el pelagatos de turno decidió
erigir las normas de restricción de ciertas lecturas porque, según ellos,
fomentaban la inseguridad, el inconformismo y pervertían los valores morales.
—Eso fue el comienzo de la perdición —dijo Jonathan con tono
de amargura.
—Fue el caos, Jonathan. Vi a una sociedad subyugada
entregando su cultura, reuniendo ejemplares de Hamlet y Macbeth, cazadores
asaltando museos e instituciones, vi
multitudes cerrando escuelas y universidades porque inducían a la traición, la
avaricia, el incesto y muchas más situaciones dañinas para la nueva sociedad
—dijo con rabia la anciana—. Dime, querido, ¿qué encuentras ahora cuando vas a lo que ahora llaman
bibliotecas?
—Los grandes compilados de la educación y el buen vivir —dijo
él sin titubeo alguno.
—La educación y el buen vivir —recriminó la mujer con una
vocecilla burlona—, tremenda estupidez. Ahora somos marionetas de los altos
mandos, guiados por sus frases hechas y directrices que solo benefician al que
está en el poder. El control que tienen es insoportable.
—El uno trabaja para el todo y el todo trabaja para el
mundo, el hombre como parte del todo, engrane
mecanizado para el crecimiento de este gran motor llamado El Mundo —recitó
Jonathan sin tartamudear.
—El solo escuchar esa letanía hace que un escalofrío recorra
mi vieja espalda. Sé que para el gobierno no somos nada si no trabajamos para
su sistema… eso puedo aceptarlo, pero
el hecho de que el pueblo lo admita tan tranquilamente y que esos fundamentos
fueran aceptados como si nada
por los jóvenes de aquellos lejanos días es asqueroso. Me enferma que creyeran
en esa estupidez de “El sistema no necesita lectores, necesita productores”,
“La lectura es una pérdida de tiempo, el tiempo es dinero. Gane más en
nuestras líneas de producción. La producción es la base de nuestra sociedad.”.
—Mi querida señora, ¿recuerda lo que decía El Coronel?
— le cuestionó—. Los
libros son la caja fuerte de nuestro pensar, nuestra identidad se forja al tenerlos
aquí —dijo señalando su cabeza—, y al tenerlos en este lugar —ahora
se apuntaba al corazón— es como tener al autor en vida, pues es en las
páginas donde habita su esencia y de esa forma sus ideales no se pierden y
serán recordados por las próximas generaciones.
—¡Pobre e ingenuo Jonathan! —dijo Ana dulcemente—. La pasión por las letras se ha perdido amigo
mío, la excitación provocada por esos relatos que podían trasladarte a un
paraje exótico, un castillo colonial o una nave espacial. Esa pasión era
la excusa perfecta para no olvidar nuestras memorias, esas historias y cuentos
mágicos, los pensamientos de reflexión sobre los errores del pasado para que evitemos cometerlos en el futuro.
Todo eso Jonathan, se ha ido a la mierda.
—Nos sacrificamos por un bien común, usted más que nadie lo
sabe.
—¡¿Pero a costa de qué?! —gritó con desconsuelo— hemos perdido lo más preciado: nuestra identidad.
—No señora, nos sacrificamos por la nuevas generaciones, que podrían haber desaparecido por las nuevas reformas —replicó enérgico—,
para ganarles tiempo y para que en sus corazones no existan las dudas.
—“Las nuevas generaciones”, ¡no me haga reír Jonathan!
Los chicos de ahora son felices, ya no tienen que hacerse preguntas
existenciales y no sienten tristeza alguna. La Agencia se encarga de
ellos. Nuestros jóvenes también han hecho un sacrificio, se despojaron de la curiosidad para
vivir como autómatas. Vivir para trabajar, trabajar para vivir, eso es en lo nos hemos
convertido.
—En eso estoy de acuerdo con usted, siempre lo ha sabido.
—Sí, lo sé, discúlpeme, han pasado tantos años ya que la
frustración ha podrido mi alma.
—No se preocupe pero,
dígame, ¿de verdad ha perdido la esperanza? —quiso saber—. Yo aún creo en sus palabras, sé que algún día
veremos una nueva obra literaria en las bibliotecas.
—En ocasiones yo también lo creo. En las largas noches de
invierno es cuando recuerdo con más cariño al Coronel y mi mente
divaga creyendo tontamente que algún día se darán cuenta que necesitan personas
como usted y como yo, que somos necesarios para darle a este mundo una
autonomía de ideas y un progreso de acuerdo a las necesidades únicas e
independientes de cada individuo, para que cada uno viva para sí mismo y si así lo desea para los que ame. Pero se nos acaba el tiempo, querido. Este
planeta se muere al mismo tiempo que la
humanidad pierde la inteligencia. ¿Cuánto nos queda de aire limpio?
¿Cuántos meses o años tenemos para tratar de recuperarnos? El ser humano se ha
encargado de destruir su propio hogar y, de paso, también su existencia.
—Existir para realizarte —fue la respuesta de Jonathan ante
el pequeño monólogo de la señora White—. Es paradójico, ahora más que nunca
miramos los cielos pero ya no en busca
de inspiración. Las estrellas ya no son las musas que inspiran poesía, relatos de
amor o aventuras fantásticas; ahora se busca un planeta u otro para sacar
provecho de ellos y así darle más tiempo de vida al nuestro que ahora agoniza. Ese es mi motivo real para visitarla.
Usted, más que nadie, debe ser informada de lo que se avecina.
—¿Es que han encontrado algo en las estrellas?
Un crujido en el exterior interrumpió
al joven, quien se preparaba para contestar.
—¿Qué fue eso? —preguntó inquieto.
—No ha sido nada, tal vez solo las ánimas de todos aquellos
que tenían algo inteligente que opinar y que han sido exterminados.
—O tal vez algo más —dijo Jonathan al levantase de la silla.
—Debe ser algún animal. Recuerde, amigo, que nos encontramos
en plena montaña —lo tranquilizó Ana.
—Sí, debe ser eso, no creo que pudieran seguirme —dijo inseguro,
tratando de convencerse de sus palabras—. ¿De
qué hablábamos? —le preguntó al sentarse nuevamente.
—Me expresabas el motivo real de tu visita.
—Cierto. Como le decía, si algo aprendí de usted en mi
juventud fue que la vida no es ese espejismo que quieren implantarnos, que lo
realmente vivo es nuestra mente y siempre
trata de absorber todo lo que le pongamos al frente. Si le ponemos literatura
absorberá literatura, si le pone mierda ya se imaginará lo que ha de absorber.
Es por eso que estoy aquí, han
encontrado un punto, al otro lado de la galaxia. Se planea una gran migración,
algo que tiene que ver con el Sistema de Desarrollos. Sé que hay proyectos y si
realmente encontraron el modo…
—Y que importa
que encontraran algo —interrumpió la señora White—. Si lo que dices es posible,
no nos llevarán a todos. Los elegidos estarán dentro del sistema y ellos irán a
ese nuevo planeta y lo poblarán. Sus ideas malsanas se implantarán al completo
y todos olvidarán lo que fue un libro y lo que representaba.
—No necesariamente —dijo Jonathan con una sonrisa socarrona—.
Sé que ha conservado algunos ejemplares. Si me entrega ese pequeño tesoro que
tiene guardado, podría ver la posibilidad de difundirlo y comenzar de nuevo.
—Es una bonita idea pero sólo tengo uno, querido, y no es precisamente una de las obras más
selectas —explicó a su antiguo pupilo al sacar de su bolsillo un pequeño libro
negro—. Aún tengo las palabras grabadas en mi espíritu: “Y creó Dios al hombre
a su imagen, varón y hembra los creó y les dijo: Fructificad y multiplicaos;
llenad la tierra, y sojuzgadla”
—¡Vaya! De cualquier modo, uno es mejor que nada y, si además
de entregarlo, registramos el conocimiento de todas esas obras que conserva en
su mente sería un golpe doble. Tengo el modo y sé hacerlo. Si acepta, señora
White, creo que estaremos listos para la revol…
La bala que entró por la nuca de Jonathan encontró salida por
la cuenca izquierda que antes albergaba su ojo y perforó la nariz de Ana White,
quien apenas alcanzó a percibir el sonido del cristal rompiéndose antes de que
siglos y siglos de conocimiento se perdieran con su último aliento.
2
—Cómelo —dijo Héctor sin sonreír,
señalando la pequeña fruta en mi mano—. No puedo continuar si no…
—Son bloksys, paralizan
por un momento el procesador —me explicó
Emery señalándose la nuca con el índice justo en el lugar donde todos
llevamos el conector y sonrió—.
Las bloksys son muy efectivas y sabrosas. Pero crean adicción.
Supe que no debía
hacerlo. Estaba prohibido, además nadie me aseguraba que funcionara y que al
amanecer no tuviera diez tipos de La Agencia rodeando mi cama,
tratando de desconectarme para siempre,
sin hacer caso de mis gritos. Tenía pocos ciclos de vida cuando vi como se llevaban a mi vecino por cometer
un horrible crimen. ¡Se atrevió a extirparse el procesador! A la mañana
siguiente su unidad corporal fue retirada por un par de recolectores de La
Agencia. No quería eso para mí, obviamente, pero la curiosidad mató
al kittens, así que metí la frutilla roja a mi boca, cerrando los
ojos. Era ácida y dulce a la vez, sin duda un manjar.
Los efectos fueron
inmediatos, el hormigueo nació
en mi nuca y terminaba en mis brazos. Noté que los colores se volvían pálidos,
como si una capa de neblina cubriera mis ojos. Parpadeé varias veces para
despejar la vista pero no funcionó. Héctor notó mi reciente tic y asintió.
—Bien, ya puedo continuar —bebió un sorbo de agua
fermentada—. Como bien sabemos el
puesto que desempeñamos cada uno de nosotros en La Agencia está
catalogado como alto secreto. El mío está en Investigaciones y lo que hago ahí
no lo sabe ni la persona que me contrató —dijo Héctor señalando la placa dorada
en su pecho—. Pues bien, ahora les revelaré parte de lo que hago.
Emery estaba
impresionado. Se notaba por la manera en que abría los ojos y levantaba las
cejas. Cómo cuando le dije esa
mentira de que alguien había implantado un virus en su procesador. Yo no creía
en realidad que Héctor nos dijese algo nuevo. Al final de la noche comprobaría
lo equivocado que estaba.
—No hay espacio. No cabemos. Tierra
firme está desapareciendo de manera estrepitosa y no hay a donde ir —Héctor nos miró a los dos, analizando el impacto de sus
palabras; era tema conocido, un rumor que se extendía y no sólo dentro de La Agencia—.
Sé que la gente piensa que haremos una ciudad bajo el agua. Pero no es posible.
No hay modo, la misma corrosión que hace desaparecer la tierra impide la
construcción. En cambio la
colonización espacial es la mejor opción.
—Para el carro, jude —dijo Emery alzando las manos—.
¿De qué estás hablando?
—De los Coree, los Verzla y los
Den-Ko-Sui, amigo mío. Hicimos contacto con ellos porque estábamos
investigando, aunque La Agencia arregló todo para que pareciera que
no tuvimos nada que ver. Los Coree nos prometieron ayuda pero poco después se
extinguieron. No pudieron ayudarse a sí mismos. Los Verzla no entienden
razones. Sólo quieren mano de
obra barata o gratuita; así que cortamos de raíz. Los Den-Ko-Sui, bueno, ellos
están por encima de todo. Nada les importa. Son superiores y a pesar de las
semejanzas entre nuestra raza, nos consideran primitivos —dijo examinando la
pipa recién sacada de su bolsillo.
Héctor podía ser un
pedante sabelotodo, pero era convincente. Llenó la boquilla de la pipa con
tabaco y nosotros guardamos silencio, mientras él continuaba con su discurso
clandestino.
—No pueden o no quieren hacer nada por
nosotros, así que olvidémoslos —se
inclinó al frente y apoyando los codos en las rodillas dio una fuerte calada a
la pipa. Su calva incipiente relucía a la luz de las lámparas, pero sus ojos
tenían ese brillo maníaco que ya le conocíamos. Sin duda se veía imponente—. El
meollo del asunto es que encontramos un planeta, cien veces mayor que el
nuestro. Parecía factible que pudiésemos vivir en él, aunque después de la
quinta visita vimos que no sería posible.
—¿Por qué? —pregunté, impaciente.
Necesitaba saber. El efecto de las bloksys decaía, mi vista regreso a la normalidad pero mis
brazos aún hormigueaban.
—Varias razones, una de ellas es el agua, es abundante. Pero es salada, incluso la lluvia. Después
notamos que el aire también contiene altas cantidades de sal. Se creó una
división para encontrar la forma de neutralizarlo. Ya casi lo teníamos
cuando La Agencia canceló todo, de lo cual me alegro.
—¡Héctor, pequeño hijo de perra! —lo señalé
con el índice exasperado—. ¿Cómo puedes alegrarte? Era una solución, ¿No?
—No lo entiendes, Bret —me dijo con
tono afable, como cuando le enseñas a un niño a jugar al Pink—. Ese planeta es…especial, tiene algo…no sé cómo describirlo.
Se puso de pie y dio
vueltas por la habitación, dudando. Al final pareció decidirse por algo y se
fue a la sala de estar. Emery y yo nos quedamos atónitos, viéndonos, sin saber
que ocurría, lo seguimos. Ahí
frente al PEF (Proyector de Entretenimiento Familiar) lo vi hacerse un
corte el pulgar derecho.
—Sé que no me crees, amigo mío. Lo sé
—me señaló con la navaja manchada de sangre,
parecía desesperado—, lo veo en tus ojos. Pero te lo demostraré. A
ambos. Y después de eso…bueno,
ya veremos.
Hizo ese ademán que
cuentan en las leyendas de los emperadores Cesarianos, dejando caer una gota de
sangre sobre el proyector. La imagen que estaba dando en ese momento se
desvaneció poco a poco mientras el
proyector absorbía la información almacenada en el código genético de
Héctor. Apareció el menú y Héctor
seleccionó con un dedo las imágenes que quería mostrarnos. Tuve que llevarme
las manos a la boca para acallar un grito.
—En la primera visita llegamos aquí.
Una ciudad en ruinas, plantas verdes por doquier, edificios derrumbados,
amplias calles vacías. Podría haber sido la antigua ciudad de Guillen después
del terremoto, siglos después —señalaba
los puntos mientras nos daba su explicación.
Emery observaba las
imágenes con incredulidad, pidiéndole a Héctor que no las pasara tan rápido.
Vimos una torre de arcos, derruida de la mitad hacia arriba, la base y varios metros de la construcción seguían de pie,
aunque se inclinaba peligrosamente.
—¿Qué son esas cosas? —pregunto Emery señalando unos
artefactos metálicos desperdigados por doquier.
—No lo sé, pero son más grandes que
una persona, de hecho, parece
que dentro podría contener entre cuatro y ocho
adultos. Pero fíjate en esto ¿Ves
ese recuadro al final de la avenida? —amplió
la imagen hasta que alcanzamos a distinguir lo que señalaba, desde donde
una cara sonreía al frente. Parecía que posaba para nosotros.
—¡Es increíble! —Exclamó Emery al borde de la histeria— ¡Eso es un jodido humano!
—¿Nos conocían? —pregunté con una voz
que me sonó muy lejana—¿Qué les
pasó? ¿Lo sabes?
Héctor negó en silencio.
—¡Eso es un puto humano! —volvió a
exclamar Emery.
Esta vez Héctor asintió.
—Pero eso no es todo. Hay más —dijo en
voz muy baja—. En el segundo viaje encontré cosas, muchas cosas. Pero vean
esto, amigos míos. En esta imagen: otra avenida bordeada de esos grandes
rectángulos con personas en ellos, inmortalizados en cotidianos gestos.
Sonriendo. Brincando. Una familia tomada de la mano caminando sobre un prado
verde. ¿Lo ven? A medida que la imagen avanza, más y más rectángulos con gente paralizada, aparecen a los lados de
las avenidas, pictografías
envejecidas, descoloridas por el sol, con musgo creciendo en las esquinas, pero las personas en ellas
parecen vivir por siempre.
—¿Qué es eso? —pregunté señalando la
parte superior de una de las pictografías. Había caracteres, podrían haber sido dígitos pero era difícil decirlo por el deterioro del rectángulo.
—¡Hey jude, es cierto! —exclamó Emery
acercándose al proyector para ver mejor—. Eso parece un cero, eso un uno, eso
parece un cuatro, pero le sobra
una puñetera pata.
Héctor y yo nos miramos y nos
reímos al mismo tiempo. Emery siempre hablaba así. Gracias a las bloksys evitaría las reprimendas, aunque no le importaba que le rebajaran algunos
créditos por mal comportamiento. Nos vio con reproche y agregó:
—Es un código, un idioma o un lenguaje —se pasó las manos por el
cabello, inquieto—. ¡Un puto lenguaje escrito!
—Acertaste, amigo mío —dijo Héctor,
muy serio y con un ademan nos invitó a seguirlo—. Les
mostraré algo que encontramos en una construcción en ruinas, estaba en medio de una montaña boscosa, de algún modo las plantas soportan el alto grado de
salinidad. Puede ser que hayan sido siempre así, pero lo dudo. Creo que se
adaptaron.
Atravesamos la imagen del
PEF y frente a la pared grisácea colocó el pulgar aún sangrante, con un suspiro mecánico se abrió una puerta secreta.
Algo prohibido. Dentro había
toda clase de objetos. Vasijas, de
algún metal muy ligero y flexible, con
los mismos caracteres de las imágenes. Algunos artículos no eran reconocibles.
Héctor tomó uno de un estante. Entre
sus manos enormes parecía muy pequeño y ligero. Me lo pasó temblando. Parecía
una caja.
—¿Qué es? —preguntó Emery embelesado.
—Ábrelo —ordenó Héctor.
—Pesa mucho pero es manejable —la apoyé contra la mesa y
la abrí—. Esto no es una caja y esto seguro no es una tapa. Es una especie de
folio grueso, como una protección para más folios. ¡Mira! —extendí el objeto hacia Emery— Están…impregnados de
caracteres, alineados, con espacios entre ellos, con otros signos pequeños, algunos parecen puntos. Los
demás bailan, me estoy mareando.
—Lo analicé —dijo nuestro anfitrión encogiendo
los hombros—. Es en parte orgánico.
—¿Cómo? —lo miré asombrado—. ¿Esto estaba vivo?
—En cierta manera. Tiene una
coincidencia genética del setenta por ciento con los arboles de piño que trajeron los Coree. Primero pensé que era un
fruto. Después me di cuenta de que estaba hecho de piños. Manufacturado. De una
manera misteriosa y ancestral.
—Ahora entiendo porque se extinguieron, los muy
bastardos —comentó Emery chasqueando la lengua—. Hacerle eso a un árbol es
inhumano.
Héctor nos dejó discutir,
sacar conclusiones, observar y sentir varios objetos que había traído de
contrabando en sus expediciones. No notamos su ausencia hasta que escuchamos
ruidos en la cocina. Salimos del cuarto clandestino en su busca. La puerta
desapareció de forma automática. Emery aún sujetaba el protector de
folios orgánico, mientras tanto yo estaba regresando al control.
Lo encontramos comiendo
otra bloksys. Tenía todo un recipiente en el conservador. Al vernos
se giró y nos ofreció otra a cada uno. Emery tomó una de las frutillas y
comenzó a masticarla pensativamente. La mía me pareció muy helada y la sostuve
entre las manos para templarla con mi calor.
—Somos nosotros. Ellos…al igual que nosotros lo arruinaron
todo. Abandonaron el planeta esparciéndose por el espacio —dijo nuestro amigo
con voz pausada, como si estuviera cayendo en un sueño repentino—. Ellos somos
nosotros. He descifrado los folios.
—¿Todos? —pregunté paseando la bloksys de
una mano a otra.
—La mayoría —parecía cansado, somnoliento. Sus pupilas estaban
curiosamente dilatadas. Cerró los ojos y agregó—.“Y creó Dios al hombre a su imagen, varón y hembra los
creó y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla”
Guardamos silencio. Emery recargado contra la pared,
parecía analizar todo cuanto se había dicho. Héctor continuaba con los ojos
cerrados. A mí me llegó la orden desde la central justo cuando había decidido
comer la bloksys. Solté la fruta roja, que rodó por el suelo
dejando una estela carmesí en la baldosa. Saqué mi arma de la chaqueta y los
maté. A los dos. Sin dudarlo.
—Lo siento, amigos míos —dije a sus
cadáveres—. La Agencia viene en camino. Si todo sale como ellos planean, esto
nunca se sabrá. Si sale al revés…bueno,
no se sabrá igualmente. Lo siento, de verdad
—saqué mi placa de identificación, donde se leía con letras doradas:
“Seguridad de Información”.
Salí de la cocina
pensando en las últimas palabras de Héctor. Ese tal Dios podía estar contento, llenamos la tierra como él quería y ahora estábamos jodidos por sus órdenes.
FIN