sábado, 15 de diciembre de 2012

Crónicas sin letras


Por Carmen Gutiérrez y José "Pepe" Luis Martinez.


1

 —¡Es increíble, mi estimada señora! —dijo el hombre nada más entrar a la casa— ¿Cómo es posible que viva de este modo tan… inhumano?
—Inhumano, dice usted —exclamó la señora White —. No puedo creer, estimado amigo, que piense eso de mí, ¿acaso no recuerda el motivo de mi exilio?
—Lo lamento, mi querida Ana, tiene razón, olvidé por un momento la situación —dijo con una leve sonrisa de medio lado y agregó—. Aún así, usted bien podría vivir de una manera menos… precaria.
—Jonathan, este es el modo en que me siento cómoda, si vivo de una manera u otra, a usted ¿qué más le da?—dijo limpiando un poco la mesa, en un vano intento de mejorar su aspecto—. Lo que en verdad importa es mi tranquilidad, no quiero que nadie sospeche y descubra mi identidad. Esta casa, así como está, es mi refugio.
—Si ese es el caso, olvidemos pues mi comentario, no era mi intención ofenderla —contestó Jonathan al tomar asiento.
—No tiene porque disculparse, Jonathan —dijo la señora White al servir el té—. Pero dígame, mi estimado amigo, ¿a qué debo el honor de su visita?
—He escuchado rumores sobre su salud. No, no tiene de que preocuparse, su seguridad no ha sido comprometida. Han sido nuestros contactos los que han estado preocupados por usted y, por lo que pueden ver mis ojos, no estaban erradas dichas palabrerías, ¿ha estado enferma?
  —¿Qué más da? —espetó con un guiño—, la muerte llega sin avisar. Los que saben dicen que morir es un privilegio y en mi condición actual, parece que los privilegios no son para mí ¿No cree?
—¿No tiene miedo de morir?—preguntó el elegante caballero al sorber un poco de té.
—No, Jonathan, no le tengo miedo a la muerte, pero me horroriza el no haber sabido vivir.
—¿Por qué lo dice?
—No estoy segura de que mi paso por este mundo haya sido de provecho. Todos estos años conteniendo la información de los grandes autores como Huxley, Shakespeare, Dante u Homero y mire donde estoy ahora. La belleza de esas obras plasmada en los escritos está aquí —dijo señalándose con el índice a la cabeza— y no sé si en realidad eso ha tenido algún sentido o ha servido de algo.
 —Recuerdo ahora esas noches en la sala del Coronel, platicando de los grandes autores, ¿usted las recuerda? —quiso saber Jonathan.
—¿Cómo poder olvidarlas, querido? Fueron los años más felices y fructíferos de mi vida —al decirlo suspiró con melancolía—, pero esos días están en el pasado y ahí se quedarán. Mi amado Coronel es un claro ejemplo de lo que nos ha pasado, vivió y murió víctima de su propia sabiduría. ¡Culpable de querer conocer la verdad y de exigir el derecho a pensar!
—En verdad fue muy difícil ver todo lo que sufrió —dijo el joven con pesar—, pero su sacrificio nos mantuvo con vida, preservando así los años de estudio y, es gracias a él que ahora somos de los pocos que conocimos los verdaderos libros.
—¿A mí de qué me ha servido? —exclamó la señora White con una carcajada breve, llena más de tristeza que ira —. Para usted que se vendió a esos perseguidores ha sido fácil,  pero yo que estoy sola y viviendo, como bien dice, en condiciones inhumanas, ¿de qué me vale el conocimiento resguardado?

El silencio se apoderó de la sala, como si el tiempo se detuviera ante dichos reproches por los hechos pasados. Hombre y mujer bebieron con pequeños sorbos el té, mostrando los meñiques al aire como les fue inculcado en la antigua sociedad.

 —Es extraño —dijo ella rompiendo el silencio y sorprendiendo a Jonathan, quien derramó un poco de su té—. En esta soledad a veces mi mente toma diferentes caminos, ¿se imagina qué habría pasado si nunca hubiéramos encontrado esos objetos rectangulares llenos de hojas? ¿Si nunca hubiéramos tenido esa curiosidad y anhelo por saber los misterios que escondían? —preguntó poniéndose de pie y dando lentos e inseguros pasos, cómo lo hacía en las reuniones— Pero luego recapacito y agradezco el hecho, porque en cada libro, pergamino y legajo de papeles existe el autor, cada uno de esos rectángulos era una persona, sus vivencias, fantasías y, quizás, hasta sus paranoias. Esos pequeños objetos nos abrieron el camino hacía mentes que no eran las nuestras, reacciones que nunca habríamos tenido, cosas que nunca sucedieron y que se grabaron en nuestra mente como un tatuaje de sensaciones que nadie, a pesar de todo, ha podido borrar. Estoy envejeciendo, Jonathan, y mi cerebro es más lento que nunca. Pero cierro los ojos y recuerdo una imagen que nunca vi, Dante siguiendo a Virgilio a través del infierno; siento el calor, escucho los gritos de los condenados y siento el anhelo de ver de nuevo a Beatriz. 
—Comentarios como ése hacen que admire su temple y aprecie esta amistad —dijo Jonathan, limpiando el té derramado —. Está claro que cualquier otra persona —Como yo, dijo para sus adentros— se hubiera dejado guiar por el camino fácil, pero no usted…  siempre vas contra las normas.
—Al contrario, amigo mío, sigo siendo fiel a las verdaderas normas y en especial a las que se establecieron para asegurar el bienestar de los ciudadanos. Pero nunca imaginé que ellos usaran las letras para su conveniencia, avivaron la distribución del antiguo y nuevo testamento que fue el culpable de la división religiosa, dando como fruto un pueblo desunido y he aquí que la desunión nos hizo un pueblo fácil de controlar.
—Todo fue tan bien elucubrado…—dijo el gentilhombre con la cabeza gacha, dejando la sentencia en el aire.
—Usted lo ha dicho, querido —le dio la razón la mujer—. Tan bien planeado que el nuevo gobierno sabía que la sociedad dividida no da frutos, sino que estira la mano para recibir cualquier cosa. Dejamos de ser productivos y de ahí la prohibición de todo libro religioso y asociación de ese tipo. ¿Sabes cómo terminamos en estas condiciones? Fueron más allá, el pelagatos de turno decidió erigir las normas de restricción de ciertas lecturas porque, según ellos, fomentaban la inseguridad, el inconformismo y pervertían los valores morales.
—Eso fue el comienzo de la perdición —dijo Jonathan con tono de amargura.
—Fue el caos, Jonathan. Vi a una sociedad subyugada entregando su cultura, reuniendo ejemplares de Hamlet y Macbeth, cazadores asaltando museos e instituciones, vi multitudes cerrando escuelas y universidades porque inducían a la traición, la avaricia, el incesto y muchas más situaciones dañinas para la nueva sociedad —dijo con rabia la anciana—. Dime, querido, ¿qué encuentras ahora cuando vas a lo que ahora llaman bibliotecas?
—Los grandes compilados de la educación y el buen vivir —dijo él sin titubeo alguno.
—La educación y el buen vivir —recriminó la mujer con una vocecilla burlona—, tremenda estupidez. Ahora somos marionetas de los altos mandos, guiados por sus frases hechas y directrices que solo benefician al que está en el poder. El control que tienen es insoportable.
El uno trabaja para el todo y el todo trabaja para el mundo, el hombre como parte del todo, engrane mecanizado para el crecimiento de este gran motor llamado El Mundo —recitó Jonathan sin tartamudear.
—El solo escuchar esa letanía hace que un escalofrío recorra mi vieja espalda. Sé que para el gobierno no somos nada si no trabajamos para su sistema… eso puedo aceptarlo, pero el hecho de que el pueblo lo admita tan tranquilamente y que esos fundamentos fueran aceptados como si nada por los jóvenes de aquellos lejanos días es asqueroso. Me enferma que creyeran en esa estupidez de “El sistema no necesita lectores, necesita productores”, “La lectura es una pérdida de tiempo, el tiempo es dinero. Gane más en nuestras líneas de producción. La producción es la base de nuestra sociedad.”.
—Mi querida señora, ¿recuerda lo que decía El Coronel? — le cuestionó—. Los libros son la caja fuerte de nuestro pensar, nuestra identidad se forja al tenerlos aquí —dijo señalando su cabeza—, y al tenerlos en este lugar —ahora se apuntaba al corazón— es como tener al autor en vida, pues es en las páginas donde habita su esencia y de esa forma sus ideales no se pierden y serán recordados por las próximas generaciones.
—¡Pobre e ingenuo Jonathan! —dijo Ana dulcemente—. La pasión por las letras se ha perdido amigo mío, la excitación provocada por esos relatos que podían trasladarte a un paraje exótico, un castillo colonial o una nave espacial. Esa pasión era la excusa perfecta para no olvidar nuestras memorias, esas historias y cuentos mágicos, los pensamientos de reflexión sobre los errores del pasado para que evitemos cometerlos en el futuro. Todo eso Jonathan, se ha ido a la mierda.
—Nos sacrificamos por un bien común, usted más que nadie lo sabe.
—¡¿Pero a costa de qué?! —gritó con desconsuelo— hemos perdido lo más preciado: nuestra identidad.
—No señora, nos sacrificamos por la nuevas generaciones, que podrían haber desaparecido por las nuevas reformas —replicó enérgico—, para ganarles tiempo y para que en sus corazones no existan las dudas.
“Las nuevas generaciones”, ¡no me haga reír Jonathan! Los chicos de ahora son felices, ya no tienen que hacerse preguntas existenciales y no sienten tristeza alguna. La Agencia se encarga de ellos. Nuestros jóvenes también han hecho un sacrificio, se despojaron de la curiosidad para vivir como autómatas. Vivir para trabajar, trabajar para vivir, eso es en lo nos hemos convertido.
—En eso estoy de acuerdo con usted, siempre lo ha sabido.
—Sí, lo sé, discúlpeme, han pasado tantos años ya que la frustración ha podrido mi alma.
—No se preocupe pero, dígame, ¿de verdad ha perdido la esperanza? —quiso saber—. Yo aún creo en sus palabras, sé que algún día veremos una nueva obra literaria en las bibliotecas.
—En ocasiones yo también lo creo. En las largas noches de invierno es cuando recuerdo con más cariño al Coronel y mi mente divaga creyendo tontamente que algún día se darán cuenta que necesitan personas como usted y como yo, que somos necesarios para darle a este mundo una autonomía de ideas y un progreso de acuerdo a las necesidades únicas e independientes de cada individuo, para que cada uno viva para sí mismo y si así lo desea para los que ame. Pero se nos acaba el tiempo, querido. Este planeta se muere al mismo tiempo que la humanidad pierde la inteligencia. ¿Cuánto nos queda de aire limpio? ¿Cuántos meses o años tenemos para tratar de recuperarnos? El ser humano se ha encargado de destruir su propio hogar y, de paso, también su existencia.
—Existir para realizarte —fue la respuesta de Jonathan ante el pequeño monólogo de la señora White—. Es paradójico, ahora más que nunca miramos los cielos pero ya no en  busca de inspiración. Las estrellas ya no son las musas que inspiran poesía, relatos de amor o aventuras fantásticas; ahora se busca un planeta u otro para sacar provecho de ellos y así darle más tiempo de vida al nuestro que ahora agoniza. Ese es mi motivo real para visitarla. Usted, más que nadie, debe ser informada de lo que se avecina.
—¿Es que han encontrado algo en las estrellas?

Un crujido en el exterior interrumpió al joven, quien se preparaba para contestar.

—¿Qué fue eso? —preguntó inquieto.
—No ha sido nada, tal vez solo las ánimas de todos aquellos que tenían algo inteligente que opinar y que han sido exterminados.
—O tal vez algo más —dijo Jonathan al levantase de la silla.
—Debe ser algún animal. Recuerde, amigo, que nos encontramos en plena montaña —lo tranquilizó Ana.
—Sí, debe ser eso, no creo que pudieran seguirme —dijo inseguro, tratando de convencerse de sus palabras—. ¿De qué hablábamos? —le preguntó al sentarse nuevamente.
—Me expresabas el motivo real de tu visita.
—Cierto. Como le decía, si algo aprendí de usted en mi juventud fue que la vida no es ese espejismo que quieren implantarnos, que lo realmente vivo es nuestra mente y siempre trata de absorber todo lo que le pongamos al frente. Si le ponemos literatura absorberá literatura, si le pone mierda ya se imaginará lo que ha de absorber. Es por eso que estoy aquí, han encontrado un punto, al otro lado de la galaxia. Se planea una gran migración, algo que tiene que ver con el Sistema de Desarrollos. Sé que hay proyectos y si realmente encontraron el modo…
—Y que importa que encontraran algo —interrumpió la señora White—. Si lo que dices es posible, no nos llevarán a todos. Los elegidos estarán dentro del sistema y ellos irán a ese nuevo planeta y lo poblarán. Sus ideas malsanas se implantarán al completo y todos olvidarán lo que fue un libro y lo que representaba.
—No necesariamente —dijo Jonathan con una sonrisa socarrona—. Sé que ha conservado algunos ejemplares. Si me entrega ese pequeño tesoro que tiene guardado, podría ver la posibilidad de difundirlo y comenzar de nuevo.
—Es una bonita idea pero sólo tengo uno, querido, y no es precisamente una de las obras más selectas —explicó a su antiguo pupilo al sacar de su bolsillo un pequeño libro negro—. Aún tengo las palabras grabadas en mi espíritu: “Y creó Dios al hombre a su imagen, varón y hembra los creó y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla”
—¡Vaya! De cualquier modo, uno es mejor que nada y, si además de entregarlo, registramos el conocimiento de todas esas obras que conserva en su mente sería un golpe doble. Tengo el modo y sé hacerlo. Si acepta, señora White, creo que estaremos listos para la revol…
La bala que entró por la nuca de Jonathan encontró salida por la cuenca izquierda que antes albergaba su ojo y perforó la nariz de Ana White, quien apenas alcanzó a percibir el sonido del cristal rompiéndose antes de que siglos y siglos de conocimiento se perdieran con su último aliento.




2

—Cómelo —dijo Héctor sin sonreír, señalando la pequeña fruta en mi mano—. No puedo continuar si no…
—Son bloksys, paralizan por un momento el procesador —me explicó Emery señalándose la nuca con el índice justo en el lugar donde todos llevamos el conector y sonrió—. Las bloksys son muy efectivas y sabrosas. Pero crean adicción.

   Supe que no debía hacerlo. Estaba prohibido, además nadie me aseguraba que funcionara y que al amanecer no tuviera diez tipos de La Agencia rodeando mi cama, tratando de desconectarme para siempre, sin hacer caso de mis gritos. Tenía pocos ciclos de vida cuando vi como se llevaban a mi vecino por cometer un horrible crimen. ¡Se atrevió a extirparse el procesador! A la mañana siguiente su unidad corporal fue retirada por un par de recolectores de La Agencia. No quería eso para mí, obviamente, pero la curiosidad mató al kittens, así que metí la frutilla roja a mi boca, cerrando los ojos. Era ácida y dulce a la vez, sin duda un manjar.

   Los efectos fueron inmediatos, el hormigueo nació en mi nuca y terminaba en mis brazos. Noté que los colores se volvían pálidos, como si una capa de neblina cubriera mis ojos. Parpadeé varias veces para despejar la vista pero no funcionó. Héctor notó mi reciente tic y asintió.

—Bien, ya puedo continuar —bebió un sorbo de agua fermentada—. Como bien sabemos el puesto que desempeñamos cada uno de nosotros en La Agencia está catalogado como alto secreto. El mío está en Investigaciones y lo que hago ahí no lo sabe ni la persona que me contrató —dijo Héctor señalando la placa dorada en su pecho—. Pues bien, ahora les revelaré parte de lo que hago.

   Emery estaba impresionado. Se notaba por la manera en que abría los ojos y levantaba las cejas. Cómo cuando le dije esa mentira de que alguien había implantado un virus en su procesador. Yo no creía en realidad que Héctor nos dijese algo nuevo. Al final de la noche comprobaría lo equivocado que estaba.

—No hay espacio. No cabemos. Tierra firme está desapareciendo de manera estrepitosa y no hay a donde ir —Héctor nos miró a los dos, analizando el impacto de sus palabras; era tema conocido, un rumor que se extendía y no sólo dentro de La Agencia—. Sé que la gente piensa que haremos una ciudad bajo el agua. Pero no es posible. No hay modo, la misma corrosión que hace desaparecer la tierra impide la construcción. En cambio la colonización espacial es la mejor opción.

—Para el carro, jude —dijo Emery alzando las manos—. ¿De qué estás hablando?
—De los Coree, los Verzla y los Den-Ko-Sui, amigo mío. Hicimos contacto con ellos porque estábamos investigando, aunque La Agencia arregló todo para que pareciera que no tuvimos nada que ver. Los Coree nos prometieron ayuda pero poco después se extinguieron. No pudieron ayudarse a sí mismos. Los Verzla no entienden razones. Sólo quieren mano de obra barata o gratuita; así que cortamos de raíz. Los Den-Ko-Sui, bueno, ellos están por encima de todo. Nada les importa. Son superiores y a pesar de las semejanzas entre nuestra raza, nos consideran primitivos —dijo examinando la pipa recién sacada de su bolsillo.

   Héctor podía ser un pedante sabelotodo, pero era convincente. Llenó la boquilla de la pipa con tabaco y nosotros guardamos silencio, mientras él continuaba con su discurso clandestino.

—No pueden o no quieren hacer nada por nosotros, así que olvidémoslos —se inclinó al frente y apoyando los codos en las rodillas dio una fuerte calada a la pipa. Su calva incipiente relucía a la luz de las lámparas, pero sus ojos tenían ese brillo maníaco que ya le conocíamos. Sin duda se veía imponente—. El meollo del asunto es que encontramos un planeta, cien veces mayor que el nuestro. Parecía factible que pudiésemos vivir en él, aunque después de la quinta visita vimos que no sería posible.
—¿Por qué? —pregunté, impaciente. Necesitaba saber. El efecto de las bloksys decaía, mi vista regreso a la normalidad pero mis brazos aún hormigueaban.
—Varias razones, una de ellas es el agua, es abundante. Pero es salada, incluso la lluvia. Después notamos que el aire también contiene altas cantidades de sal. Se creó una división para encontrar la forma de neutralizarlo. Ya casi lo teníamos cuando La Agencia canceló todo, de lo cual me alegro.
—¡Héctor, pequeño hijo de perra! —lo señalé con el índice exasperado—. ¿Cómo puedes alegrarte? Era una solución, ¿No?
—No lo entiendes, Bret —me dijo con tono afable, como cuando le enseñas a un niño a jugar al Pink—. Ese planeta es…especial, tiene algo…no sé cómo describirlo.

   Se puso de pie y dio vueltas por la habitación, dudando. Al final pareció decidirse por algo y se fue a la sala de estar. Emery y yo nos quedamos atónitos, viéndonos, sin saber que ocurría, lo seguimos. Ahí frente al  PEF (Proyector de Entretenimiento Familiar) lo vi hacerse un corte el pulgar derecho.    

—Sé que no me crees, amigo mío. Lo sé —me señaló con la navaja manchada de sangre, parecía desesperado—, lo veo en tus ojos. Pero te lo demostraré. A ambos. Y después de eso…bueno, ya veremos.

   Hizo ese ademán que cuentan en las leyendas de los emperadores Cesarianos, dejando caer una gota de sangre sobre el proyector. La imagen que estaba dando en ese momento se desvaneció poco a poco mientras el proyector absorbía la información almacenada en el código genético de Héctor. Apareció el menú y Héctor seleccionó con un dedo las imágenes que quería mostrarnos. Tuve que llevarme las manos a la boca para acallar un grito.

—En la primera visita llegamos aquí. Una ciudad en ruinas, plantas verdes por doquier, edificios derrumbados, amplias calles vacías. Podría haber sido la antigua ciudad de Guillen después del terremoto, siglos después —señalaba los puntos mientras nos daba su explicación.

   Emery observaba las imágenes con incredulidad, pidiéndole a Héctor que no las pasara tan rápido. Vimos una torre de arcos, derruida de la mitad hacia arriba, la base y varios metros de la construcción seguían de pie, aunque se inclinaba peligrosamente.

—¿Qué son esas cosas? —pregunto Emery señalando unos artefactos metálicos desperdigados por doquier.
—No lo sé, pero son más grandes que una persona, de hecho, parece que dentro podría contener entre cuatro y ocho adultos. Pero fíjate en esto ¿Ves ese recuadro al final de la avenida? —amplió la imagen hasta que  alcanzamos a distinguir lo que señalaba, desde donde una cara sonreía al frente. Parecía que posaba para nosotros.
—¡Es increíble! —Exclamó Emery al borde de la histeria— ¡Eso es un jodido humano!
—¿Nos conocían? —pregunté con una voz que me sonó muy lejana—¿Qué les pasó? ¿Lo sabes?

   Héctor negó en silencio.

—¡Eso es un puto humano! —volvió a exclamar Emery.

   Esta vez Héctor asintió.

—Pero eso no es todo. Hay más —dijo en voz muy baja—. En el segundo viaje encontré cosas, muchas cosas. Pero vean esto, amigos míos. En esta imagen: otra avenida bordeada de esos grandes rectángulos con personas en ellos, inmortalizados en cotidianos gestos. Sonriendo. Brincando. Una familia tomada de la mano caminando sobre un prado verde. ¿Lo ven? A medida que la imagen avanza, más y más rectángulos con gente paralizada, aparecen a los lados de las avenidas, pictografías envejecidas, descoloridas por el sol, con musgo creciendo en las esquinas, pero las personas en ellas parecen vivir por siempre.
—¿Qué es eso? —pregunté señalando la parte superior de una de las pictografías. Había caracteres, podrían haber sido dígitos pero era difícil decirlo por el deterioro del rectángulo.
—¡Hey jude, es cierto! —exclamó Emery acercándose al proyector para ver mejor—. Eso parece un cero, eso un uno, eso parece un cuatro, pero le sobra una puñetera pata.

   Héctor y yo nos miramos y nos reímos al mismo tiempo. Emery siempre hablaba así. Gracias a las bloksys evitaría las reprimendas, aunque no le importaba que le rebajaran algunos créditos por mal comportamiento. Nos vio con reproche y agregó:

—Es un código, un idioma o un lenguaje —se pasó las manos por el cabello, inquieto—. ¡Un puto lenguaje escrito!
—Acertaste, amigo mío —dijo Héctor, muy serio y con un ademan nos invitó a seguirlo—. Les mostraré algo que encontramos en una construcción en ruinas, estaba en medio de una montaña boscosa, de algún modo las plantas soportan el alto grado de salinidad. Puede ser que hayan sido siempre así, pero lo dudo. Creo que se adaptaron.

   Atravesamos la imagen del PEF y frente a la pared grisácea colocó el pulgar aún sangrante, con un suspiro mecánico se abrió una puerta secreta. Algo prohibido. Dentro había toda clase de objetos. Vasijas, de algún metal muy ligero y flexible, con los mismos caracteres de las imágenes. Algunos artículos no eran reconocibles. Héctor tomó uno de un estante. Entre sus manos enormes parecía muy pequeño y ligero. Me lo pasó temblando. Parecía una caja.

—¿Qué es? —preguntó Emery embelesado.
—Ábrelo —ordenó Héctor.
—Pesa mucho pero es manejable —la apoyé contra la mesa y la abrí—. Esto no es una caja y esto seguro no es una tapa. Es una especie de folio grueso, como una protección para más folios. ¡Mira! —extendí el objeto hacia Emery— Están…impregnados de caracteres, alineados, con espacios entre ellos, con otros signos pequeños, algunos parecen puntos. Los demás bailan, me estoy mareando.
—Lo analicé —dijo nuestro anfitrión encogiendo los hombros—. Es en parte orgánico.
—¿Cómo? —lo miré asombrado—. ¿Esto estaba vivo?
—En cierta manera. Tiene una coincidencia genética del setenta por ciento con los arboles de piño que trajeron los Coree. Primero pensé que era un fruto. Después me di cuenta de que estaba hecho de piños. Manufacturado. De una manera misteriosa y ancestral.
—Ahora entiendo porque se extinguieron, los muy bastardos —comentó Emery chasqueando la lengua—. Hacerle eso a un árbol es inhumano.

   Héctor nos dejó discutir, sacar conclusiones, observar y sentir varios objetos que había traído de contrabando en sus expediciones. No notamos su ausencia hasta que escuchamos ruidos en la cocina. Salimos del cuarto clandestino en su busca. La puerta desapareció de forma automática. Emery  aún sujetaba el protector de folios orgánico, mientras tanto yo estaba regresando al control.

   Lo encontramos comiendo otra bloksys. Tenía todo un recipiente en el conservador. Al vernos se giró y nos ofreció otra a cada uno. Emery tomó una de las frutillas y comenzó a masticarla pensativamente. La mía me pareció muy helada y la sostuve entre las manos para templarla con mi calor.

—Somos nosotros. Ellos…al igual que nosotros lo arruinaron todo. Abandonaron el planeta esparciéndose por el espacio —dijo nuestro amigo con voz pausada, como si estuviera cayendo en un sueño repentino—. Ellos somos nosotros. He descifrado los folios.
—¿Todos? —pregunté paseando la bloksys de una mano a otra.
—La mayoría —parecía cansado, somnoliento. Sus pupilas estaban curiosamente dilatadas. Cerró los ojos y agregó—.“Y creó Dios al hombre a su imagen, varón y hembra los creó y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla”

   Guardamos silencio. Emery recargado contra la pared, parecía analizar todo cuanto se había dicho. Héctor continuaba con los ojos cerrados. A mí me llegó la orden desde la central justo cuando había decidido comer la bloksys. Solté la fruta roja, que rodó por el suelo dejando una estela carmesí en la baldosa. Saqué mi arma de la chaqueta y los maté. A los dos. Sin dudarlo.

—Lo siento, amigos míos —dije a sus cadáveres—. La Agencia viene en camino. Si todo sale como ellos planean, esto nunca se sabrá. Si sale al revés…bueno, no se sabrá igualmente. Lo siento, de verdad —saqué mi placa de identificación, donde se leía con letras doradas: “Seguridad de Información”.

   Salí de la cocina pensando en las últimas palabras de Héctor. Ese tal Dios podía estar contento, llenamos la tierra como él quería y ahora estábamos jodidos por sus órdenes.

FIN

2 comentarios:

  1. Primero!
    Felicidades Sr. y Sra. si la arman para escribir, y uno con el cerebro seco.
    Sigan así!
    soy su nuevo fans!

    **Dante**

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  2. Fantástico. De primer nivel.
    Excelente trabajo, Carmen, Pepe: terrible futuro el que nos espera.
    Me encantó.
    ¡Saludos!

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