En el camino 1ra pte.
—Así no es divertido —se dice Karina en un murmullo.
Conduce a ciento cincuenta kilómetros por hora. Su mano izquierda lleva
las riendas del Dogde, mientras que la derecha presiona con fuerza el costado
izquierdo de Zee para evitar que se le escape la vida en el constante gotear de
sangre que golpea el piso del coche. Lleva el coche en quinta velocidad y no ha
frenado ni una sola vez en los últimos cinco kilómetros a pesar de las curvas.
—Sólo son trescientos kilómetros —le dice a Zvonimir, quien ya está
inconsciente—, sé que podemos llegar. ¡Resiste, pervertido! —las lágrimas
comienzan a escocerle los ojos, no de tristeza sino de furia—. ¡Maldita seas
Marina, deberías estar aquí!
Zee se remueve en el asiento, un quejido de dolor hace que Karina se
estremezca. La carretera se vuelve una línea borrosa en su plano de visión. El
Dodge da un brinco cuando se sale del asfalto y ella logra meterlo de nuevo al
camino. La herida de su compañero empapa un poco más el piso cuando tiene que
usar la mano derecha para ajustar la velocidad.
—¡Nunca me escuchas! —grita y le pega al volante con los puños cerrados—
¡Te dije que tuvieras cuidado!¡Te dije que no te metieras en lo que no te
importa!
Karina distingue por el espejo retrovisor las luces de un auto que se
aproxima por detrás a un kilometro de distancia y eso la pone más nerviosa.
Está consciente de que conduce como loca, han cruzado la frontera de un país
sin papel alguno que la acredite y para rematar lleva a un tipo desangrándose.
No puede imaginar la excusa que le daría a un agente de inmigración si los
detuviera. La penumbra de la noche ha cubierto la carretera y el tramo de
jungla por el que ha entrado no mejora la situación, la luz de la luna apenas
ilumina entre las ramas de los árboles y el asfalto se está desprendiendo en
algunos tramos. Siente la arenilla rebotar contra las llantas del auto y como
golpea contra la lamina del chasis. Su talento le advierte que
si sigue de esa forma, pronto saludaran al asfalto con sus carnes, sabe que
tiene que bajar a tercera velocidad para lograr más tracción.
—Sólo te soltaré por un segundo —se excusa ante Zee al tratar de hacer
el cambio de marcha.
Karina da un grito asustada, la mano helada de Zvonimir se aferra a su
muñeca encajando sus dedos en ella con vehemencia. La pobre chica trata de
zafarse, pero Zee aprieta con más fuerza, lastimándola.
—¡Suéltame!
—No seas tan brusca, nena —dice Zee entre dientes, con los ojos cerrados
y tratando de llevar la mano de Karina a su entrepierna—. Tienes que mover la
mano con delicadeza... así... así...
Siempre ha sabido que el muy cabrón es fuerte, pero nunca lo había
sentido así, hace un esfuerzo descomunal para poder soltarse del apretón y en
un acto reflejo contrarresta con un codazo haciendo salpicar la sangre en el
parabrisas y el espejo retrovisor.
—Si no fuera porque te estás muriendo, te juro que…—por fin mete la
tercera y controla un pequeño derrape, las luces del otro auto siguen detrás de
ellos— ¿¡Pero cómo demonios puedes estar excitado y desangrarte al mismo
tiempo!? —grita al inconsciente Zee y percibe que la enorme erección de su
pervertido favorito baja solo un poco.
Entonces, tiene una idea. En un documental muy malo que vio en un hotel
igual de malo, un tipo juraba que había sobrevivido a una herida en el cuello,
gracias a que se había masturbado todo el camino hasta la sala de emergencias.
“Estás loca, Karina” piensa mientras esquiva una rama en el camino. “Te lo
recordará toda la vida y tendrás que... matarlo”.
Zvonimir se remueve en el asiento, pero parece no haber sentido el golpe
de Karina, no hay quejidos, simplemente no reacciona. Comienza a temblar.
—¡Ok! ¡Lo haré! Pero en cuanto te encuentre, Marina... —amenaza en voz
alta.
Trata de concentrarse en el camino y lleva la mano derecha hacia la
bragueta de su compañero, quien no parece notarlo. Karina comienza a tocarlo
con reticencia pero tratando de no lastimarlo. Al cabo de unos segundos toma
ritmo y se mueve con delicadeza; anhela no recibir el cálido saludo del
amiguete de Zee
—Así de suave, muñeca(en ruso) —dice éste en un susurro.
—¡Zvonimir! ¡Si me doy cuenta de que estas fingiendo, te juro que te
corto esto que... que... que tengo en la mano!
La carretera secundaria que tomaron está casi
deshecha, no ha recibido mantenimiento porque ahora todos usan la autopista que
conecta con la Panamericana. Karina lo sabía cuando decidió tomar ese camino,
pero en el calor del momento no contempló que podría toparse con el tronco
caído con el que ha chocado. El Dodge da un tumbo y por puro instinto aprieta
con fuerza dientes y manos olvidando lo que sujeta la derecha. De inmediato
gira el cuello para mirar a su compañero quien no ha emitido sonido alguno, ni
un pequeño gemido de molestia.
Se encuentra con los ojos de Zvominir que la miran
fijamente, sus pupilas están dilatadas como si estuviera en un viaje de opio y
su boca forma un paréntesis invertido mientras murmura con voz grave:
—Solo me espera, quien no me conoce, busco a
tientas el príximo refugio, ya no creo en los anuncios de felicidad —desvaría,
cierra los ojos y comienza a temblar. Está convulsionando—. Yo quería un helado… —alcanza
a decir antes de morderse la lengua y empezar a berrear sin control.
El corazón desbocado, el pie en el acelerador y la
vista fija en Zee, quien golpea el vidrio lateral con cada convulsión, son
factores que no pueden augurar nada bueno. El auto derrapa por el borde de la
carretera y Karina no puede controlar su movimiento debido a la gravilla, su
destino inmediato es la arbolada. El parabrisas se rompe en mil pedazos al
contacto con las gruesas ramas y los pequeños trozos de vidrio hacen diminutos
cortes en sus mejillas. El Dodge Charge resiste a todos esos golpes, es un auto
para uso rudo (más aun con las modificaciones que ha hecho su dueña) y regresa
al camino zigzagueando sin control alguno. Karina no reacciona, para ella todo
se mueve en cámara lenta, en ese momento sabe que van a morir, retira la mano
de la entrepierna de Zvonimir y le acaricia la cara.
—¡Adiós amigo mío! —susurra y cierra
los ojos esperando que la muerte sea rápida y sin dolor.
¡TUM!
Un golpe la saca de su trance, abre los
ojos para recibir a la dama de negro y beber así su dulce cáliz.
Buenos Aires, Argentina. Un mes atrás.
1
La pareja de amigos salió de la
heladería, la joven de botas vaqueras disfrutaba de su helado de pistache, pero
el hombre de traje hacia un puchero de niño malcriado.
—¿Es mucho pedir que hagan helado de
Sproff? —dijo Zee cruzando los brazos en desaprobación.
—Estás loco, el alcohol no se puede
congelar así —le contestó Karina presumiendo su delicioso cono de pistache.
—Sé de muy buena fuente que en México
hacen helado de tequila, así que a otro perro con ese cuento.
—¿Es que no te hartas de oler siempre a
cerveza? Me impregnas con tu peste, a veces creo vivir en una cantina.
—A Marina nunca le disgustó mi zapakh(olor).
—A Marina le desagradaba todo esto
—dijo apuntando desde la cabeza hasta los pies de Zvonimir—, pero era tan
delicada que nunca te lo dijo, es por eso que se…olvídalo, no dije nada.
Zee no ha escuchado la última parte, se
paró en seco a contemplar el cielo. Karina sabía que algún día tendría que
decirle la verdad, pero ahora prefirió dejarlo vivir en la feliz ignorancia.
—Venga burro, que el coche aún está
lejos.
—Sé que algún día me lo dirás —dijo
pensativo sosteniendo el brazo de Karina haciéndola perder el ritmo— Sé que
algún día me considerarás tu amigo y tendrás compasión de mí. Sólo tengo que
pedirte que no esperes a que me este muriendo.
—Zee...hay veces en que le arruinas la
diversión al momento —replicó ella pateando una piedra.
—Es muy cansado divertirse siempre,
Karina —aseguró olfateando el aire— ¿Por qué no vas por el coche? Tengo que
preguntar una cosa en la heladería.
La chica se alejó por la callecita
pateando la piedra, el cielo azul le gustaba y a pesar del calor del atardecer,
se permitió un momento para relajarse. El helado, el cielo y la gente pasando a
su alrededor hicieron que las tres calles que recorrió hasta llegar al Dodge se
le hicieran muy cortas. Decidió hacer que Zee recorriera el mismo camino y se
sentó sobre el cofre del auto a comer helado. Vio a unas niñas jugando en el
parque, una de ellas era rubia y sostenía un gorrioncito en las manitas. Karina
sintió que las lágrimas querían brotar y desvió la vista. El juego de las niñas
le recordó todas las horas que pasó defendiendo a su mejor amiga cuando eran
pequeñas.
—Marina, espero que sepas lo que estás
haciendo. Él no podrá con todo y yo no puedo callar por mucho tiempo. Ojalá no
te arrepientas de haberlo dejado.
2
—¿Hay alguien aquí? —preguntó Zvonimir
entrando a la heladería. Su olfato le decía que el heladero estaba ahí, pero
también algo inhumano.
La luz del sol entraba a raudales por
las ventanas del negocio, pero el mostrador estaba curiosamente a oscuras. Las
aspas del ventilador de techo daban vueltas con una exasperante lentitud. El
sonido de los condensadores inundaba el lugar pero Zee advirtió un ruido
apagado, algo que rechinaba, como unos pequeños dientes royendo algo duro y
poroso.
La mente de Zee se abrió. En cuestión
de segundos ubicó en su cerebro las posibilidades en un simple análisis del
tiempo y el lugar:
Sur del continente.
Un heladero con una hija de muy buen ver y mejor tocar, embarazada. La pequeña
mesa en el rincón del recibidor con la bolsita de tabaco y la copa de caña. El
nerviosismo del tipo cuando Zee preguntó para cuando nacía su nieto a pesar de
no haber visto nunca a su hija.
“Pequeño duende, no
deberías ser tan rencoroso” pensó mientras avanzaba paso a paso hasta rodear el
mostrador y acceder a la trastienda; en el camino encontró una cuchara heladera
tirada en el piso, sin pensarlo la recogió cuidando de no hacer ruido. El
sonido de dientecillos despareció y fue suplantado por el desgarrar de la
carne. Zvonimir alcanzó a ver los pies del propietario convulsionándose en el
suelo.
“¿Qué hiciste, maldito heladero incapaz
de hacer helado de Sproff?” Pensó al notar que los dientecillos volvieron a
roer. Con lentitud se desabotonó la chaqueta y se liberó de ella enrollándola
en una mano, mientras que con la otra sostenía la cuchara empuñando el mango
como si fuera un cuchillo. Inicio el ritual de meditación, respirando largo y
profundo evocando las palabras de su mentor. “No lo toques. Ni dejes que te
toque. Podrías quedar idiota.” Dijo el recuerdo con la voz de El
Profesor. “O más idiota” salto en su pensamiento la voz de Karina.
Avanzó un poco más, pisando con cuidado,
al entrar a la trastienda sus ojos confirman que su nariz nunca se equivoca. El
piso estaba cubierto con la sangre del heladero quien yacía de espaldas en
medio del charco rojo, sobre su torso una pequeña y peluda criatura le
arrancaba el cuero cabelludo con los dientes. Zee se acerco por detrás el
duendecillo blandiendo la cuchara y extendiendo el saco como un
mantel.
Con un movimiento digno de un torero
lazó la chaqueta hacia la espalda del hombrecillo quien dio un respingo de
enojo, alguien osaba importunarlo en el momento de su amarga venganza. Zee
aprovechó el momento de enojo de la criatura, lo sujetó por el hombro evitando
en todo momento tocar la piel y con un movimiento rápido encajó la cuchara en
el rostro del enano. La punzada de dolor que sintió la bestia lo obligo a
saltar y correr en círculos, el chillido desgarrador que surgió de su boca
inundó el lugar, por instinto Zee se cubrió los oídos para amortiguarlo.
Cucharones y ollas cayeron al suelo armando un estrépito, el ventilador comenzó
a girar en sentido contrario y las ventanas se rompieron en mil pedazos. Su
inclinación a salvar al indefenso lo llevo a tirarse sobre el cuerpo del
dependiente, quien para ese momento ya se encontraba sin vida y El Pro se dio
cuenta que ya no había nada que proteger, más que a el mismo ya que el Pombero
avanzaba hacia él.
De un salto casi inhumano, Zvonimir se
elevó en el aire hasta caer de pie a varios metros del cuerpo del heladero.
—¡Hola, señor Pombero! —Saludó Zee
inclinándose un poco— ¿Tendría la amabilidad de dejar de devorar al hombre aquí
presente? No sé que le habrá hecho y estoy seguro de que se lo merece, además
de que tiene usted mucha hambre, pero es asqueroso el escuchar como lo mastica.
Si no le importa, puedo sugerirle los helados de pistache que a mi amiga le
encantaron y tiene usted todo un bote ahí mismo —señaló con el dedo hacia la
nevera, el Pombero giró su enorme y calva cabeza retirando la cuchara de la
cuenta dejando el ojo colgando del nervio—, estoy seguro de que sabe mejor que
los pelos de ese señor.
El duende miró con su único ojo a Zee
detenidamente, al parecer algo en la cara de su oponente le parecía muy
interesante. La sangre café escurriendo por su feo y apachurrado rostro goteaba
en el piso.
El Profesional se inclinó de nuevo
intentando recoger su saco y se detuvo a medio camino al ver que el Pombero se
inclinó al mismo tiempo. Zee se llevó la mano al pecho y la criatura lo imitó.
Le pareció divertido pero quería comprobar ¿El duendecillo lo estaba emulando?
Se rascó la nuca en señal de duda: lo mismo. “Obezʹyana vidit, obezʹyana
delaet” (“Mono ve, mono hace”) pensó.
—Esto es redkiĭ (raro)
—dijo en voz alta pero gentil— Señor Pombero, sé que sus principios son muy
firmes y que, bueno, cuando alguien se mete con usted debe atenerse a las
consecuencias pero, seamos realistas, si se lo come es probable que le duela
el… el…—señaló a la gran barriga desnuda— supongo que tendrá algo parecido a un
dolor de estómago. Este tipo es muy feo. Y se nota por el olor que no es nada
sabroso.
El único ojo del Pombero parecía
inteligente en un modo surrealista ignorando que el otro le colgaba como un
yo-yo contra el pecho peludo. Al ver la cara de repugnancia que Zee hizo en
dirección al heladero, la criatura imitó el gesto o al menos eso parecía.
Zvonimir entendió la mímica y soltó una carcajada.
—¿Sabe, señor? —dijo Zee terminando de
levantar su chaqueta, el Pombero levantó el bastón de hueso a su vez—
Usted me simpatiza, si no fuera porque no quiero quedar loco o
idiota le estrecharía la mano.
El engendro sonrió o al menos eso
parecía al mostrar sus dientes pequeños pero afilados como una sierra.
Señalando el cuerpo del heladero hizo una señal negativa con su dedo índice
peludo y largo.
Zvonimir asintió en señal de
entendimiento. El hombrecillo se tocó la frente y dio media vuelta
hacia la salida principal. “¡Ha sido fácil!” pensó el Profesional. Unos
golpecitos en la puerta trasera le borraron la sonrisa de los labios.
—¿Papá? —preguntó una voz femenina
antes de abrir la puerta. Una mujer muy joven y con evidentes siete meses de
embarazo entró en la trastienda con una cesta llena de fresas. Al ver el cuerpo
de su padre desangrado en el suelo soltó un grito histérico y las frutillas se esparcieron
por el piso mezclándose con la sangre de su progenitor.
—¡Proklinatʹ (Maldición)! —
masculló Zee al ver que el Pombero regresó mirando a la joven con lascivia y
amor al mismo tiempo.
—¡Auxilio! ¡Han asesinado a mi padre!
—gritó la mujer y se lanzó al cuello de Zvonimir sujetándolo por las costuras
de la camisa— ¡Tengo al criminal! ¡Tengo al criminal acá mismo!
—¡Krasivyĭ (Preciosa),
tienes que salir de aquí! —Zee trataba de zafarse y de alejar a la chica de las
garras de su admirador, que ya se acercaba chillando de placer.
—¡Asesino! ¡Maldito! —seguía gritando
fuera de sus casillas sin notar la presencia de la criatura.
Los dedos peludos y fuertes de la
criatura trataban de alcanzar el vientre abultado y la chica no notaba su
presencia, El Pro tomó a la mujer por los hombros y la lanzó dentro del cuarto
frío corriendo el cerrojo de seguridad. El Pombero arremetió contra la puerta
cerrada golpeándola con las manazas, Zee aprovechó la ocasión para buscar el
modo de sacarlo de combate. Tratando de tomar una olla tropezó con el difunto
llamando la atención de la bestia que iracunda se giró hacia él.
—¡Y ahí viene la perra a cagar el palo
otra vez! —dijo Zee con una risilla—. Sé que jode que alguien te quite a la
chati antes de follar, pero no puedo permitir que toques al bebe.
Ya no había raciocinio alguno en la
deformada cara del Pombero, las palabras de Zvonimir en tono de burla tampoco
importaron, la furia de la bestia se desencadeno corriendo en dirección a él
quien respondió con un puntapié haciéndolo rodar por el suelo. Aprovechando la
oportunidad tomó la olla por la cual fue descubierto, sin desperdiciar el
tiempo se movió con premura para propinar sendos porrazos en todo el cuerpo del
hombrecillo. Uno tras otros los golpes rompieron los correosos huesos de la
bestia.
♪♫¡Hola papi, tienes una llamada!, anda tócame, presiona mi botón,
vamos, vamos, tócalo, tócalo sabes que me gusta, vamos papi, ¡ha!, ¡ha!,
¡HAAAA!♫♪
El sonido del móvil que tanto
disfrutaba lo llevo a cometer uno de los errores que lamentaría por semanas.
Tratando de sacar el aparato se distrajo y no vio venir el afilado hueso que
hace de bastón del pombero que se incrusto justo en la axila izquierda
haciéndolo sangrar.
—¡Hijo de puta! —gritó propinado un
golpe final justo en la cabeza— Tu te lo buscaste ¡cabrón! —dijo a lo que creyó
era un cadáver más en la trastienda.
No le tomó mucha atención a la
hemorragia, lo que le importaba en ese instante era ayudar a la futura madre
que había encerrado en el frigorífico, haciendo presión en la herida con la
mano derecha se dirigió a la puerta de la prisión improvisada, lo importante
era poner a salvo a la chica. Abrió el cerrojo preparándose para ser recibido
como un héroe y no para ser lanzado con fuerza contra la pared como
efectivamente sucedió. Se dio de culo contra el piso al perder el equilibrio y
dejo una mancha de sangre en la pared.
—¡Tengo al asesino acá!—seguía
repitiendo la mujer mientras se abría camino hacia el callejón en busca de
auxilio sin dejar de gritar.
—¡Chica! ¡Nena!— llamó El Profesional y
trató de ponerse de pie—¡Mina!
La futura madre no lo escuchó, en su
frenesí por pedir ayuda paso por alto el pequeño cuerpo maltrecho del Pombero
quien como último acto de vida logro tocar el tobillo de la embarazada dejando
una huella negra en su piel.
—¡No! —grito Zee arrojándose contra el
duendecillo blandiendo de nuevo la olla y apuñalándolo con el mango de esta en
el pecho desnudo.
Se volvió a buscar a la chica, quedando
inmóvil ante tal escena. Sus ojos parecían vacios, el brillo natural de su
mirada de madre había sido consumido por la maldición del Pombero. Un largo
hilo de saliva colgaba de sus labios abiertos estúpidamente. Comenzó a mecerse
al frente y atrás mientras sus manos tocaban cosas imaginarias.
—¡Por favor, no! —exclamó Zee con
impotencia. El dolor en la axila comenzó a ser insoportable. Se acercó a ella
quien no lo veía pues sus ojos recorrían el lugar con un miedo indecible. Él
notó que su vientre comenzaba a moverse, el bebe estaba sufriendo— ¡Cariño,
deja que te ayude!
Todo su ser le decía que Marina
podría salvarla a ella y al nene; se sentía estúpido e impotente, estaba
furioso consigo mismo por no haberse asegurado de que la bestia hubiese
fallecido antes de abrir la puerta de la nevera. El malestar en la axila se
hace agudo, pero logro ponerse de pie, tato de acercarse a la mujer para
guiarla a un lugar seguro, pero esta evadió el contacto y se llevó las manos al
vientre acompañadas de un grito de dolor.
—Está teniendo contracciones —dijo el
hombre tirándose de los cabellos con desesperación. “Es lo único que me
faltaba”, pensó.
Sin más busco en celular por el cual
fue herido, tenía que llamar a Karina ella siempre sabia que hacer en esos
casos, ella le ayudaría. En su búsqueda la victima del Pombero salió de la
trastienda alejándose por el mugriento callejón. No podía dejarla escapar.
Tratando de detenerle el paso resbaló con la sangre que ya empapaba todo el
piso, cayó de bruces fuera de la heladería golpeándose la barbilla contra el
suelo. El golpe lo dejó mareado y atontado, trataba de levantarse pero su
equilibrio se había ido a tomar por culo, sólo alcanzaba a ver el vestido de la
chica revoloteando con el viento mientras corría; el sonido de un auto frenando
de improviso, el golpe que se escuchó en la carrocería y los murmullos de la
gente que se aglomeraba a su alrededor fueron devastadores para Zvonimir.
3
Nunca pensó que terminaría de esa
manera, el bicho está muerto y de la chica y el nene no tenía muchas
esperanzas. Quién diría que El Profesional acabaría desangrándose tirado en un
callejón de Buenos Aires. Sintió los parpados muy pesados, lo único que quería
era dormir.
Plop.
Plop.
Plop.
“Quien se atreve a despertar a un
moribundo” pensó, a lo lejos logró ver la fina figura de una mujer.
—¿Ma…rina? —dijo al verla
acercarse, morir quedo en segundo plano. Las Lagrimas cubrieron su rostro.
4
Karina lo encontró a los pocos minutos
desangrándose por la herida en la axila y llorando en silencio. Ella no dijo
una sola palabra. Lo ayudó a levantarse y reviso la herida.
—Mi chaqueta está dentro —murmuró El
Profesional con desgana— ¿Viste el accidente?
Karina asintió.
—¿Crees que haya sobrevivido?
Ella negó con la cabeza. Zee cerró los
ojos y lloró un poco más.
Su amiga entró en la trastienda y salió
con la chaqueta enrollada en la mano. Una tarjeta de presentación habia caído
sobre el pecho del Pombero pero no lo notó. Lo que más le importaba era
encontrar la manera de taponar la herida.
Buenos Aires,
Argentina. Dos semanas atrás.
Por Raúl Omar García
1
Cuando en 2001 quedó a cargo de las nuevas Oficinas del Departamento
INTERPOL de la Policía Federal Argentina, Rainieri no imaginó jamás que se
vería implicado en un caso semejante.
Años de experiencia se habían ido al caño con las cosas que había tenido
que ver últimamente. Cerró los ojos tratando de analizar el asunto en base a
los términos y códigos de la organización. «Piensa, Rainieri, piensa», se dijo
antes de encender un cigarrillo.
«Código 2 del Estatuto: Conseguir y desarrollar, dentro del marco de las
leyes de los diferentes países y del respeto a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, la más amplia asistencia recíproca de todas las autoridades
de policía criminal. Establecer y desarrollar todas las instrucciones que
puedan contribuir a la prevención y represión de las infracciones de derecho
común».
—Pero la concha de... —dijo en voz alta, tratando de ignorar el sonido
de teléfonos fuera de su oficina—. Si en esto no están inmiscuidos sólo los
humanos... El derecho común... ¿Qué clase de derechos puede tener una criatura
cómo esta?
«Código 3 del Estatuto: Está rigurosamente prohibida a la Organización
toda actividad o intervención en cuestiones o asuntos de carácter público,
militar, religioso o racial».
Con una mueca de escepticismo, dejó el
cigarrillo en el cenicero. ¿Cómo hacer el trabajo con lo que tenía entre manos?
Tenía órdenes de evitar por completo cualquier tipo de difusión
internacional, cosa que al agente le olía a que el caso quedaría encubierto por
la Secretaría General de la Organización.
Eso era algo que no pensaba permitir.
Ahora, sentado en su oficina, daba vueltas entre sus dedos una tarjeta.
La que había encontrado en la escena del ¿crimen? La dejó en el escritorio se puso
de lleno a indagar el SBA: Servicio de Búsqueda Automática de INTERPOL, el cual
permite a todos los Estados Miembros acceder, a través de su sistema de
mensajería, a los archivos existentes en la Secretaria General, obteniendo, en
forma inmediata, información en las bases de datos de: Información nominal
(delincuentes internacionales), vehículos robados, obras de arte robadas y
documentos de carácter policial, administrativo y técnico. Por supuesto no
encontró nada.
El profesional, llamaron los testigos al sujeto de traje negro.
La asesina, llamaron a la asiática que apareció luego.
Sobre esta mujer, solo él poseía la información. Y pensaba guardársela
hasta ver qué resolución le daban sobre el asunto. Aunque sabía que no podría
esperar mucho tiempo.
Una semana había pasado y no había tenido noticias de ningún tipo por
parte del Departamento. Los sistemas no tenían nada registrado, la policía
seguía ciega en busca de pistas. Y ahora la desaparición del cuerpo del Pombero
en la morgue... Todo se estaba volviendo más confuso y desproporcionado, y
tenía el presentimiento de que se volvería peor. Por lo cual tuvo que recurrir
a sus informantes.
Rainieri se había unido a la fuerza en 1994, a la edad de veinte años.
Hoy con treinta y siete se sentía tan vital como entonces y con las ganas
suficientes para llegar al fondo de este asunto en el que no querían intervenir
sus superiores.
Se encontraba en su casa bebiendo whisky, reposado en su sillón de dos
cuerpos, con fotos y papeles esparcidos sobre la mesa ratona, cuando le sonó el
celular.
—Hola.
—Estuvo en Chile.
—Me estás jodiendo — manifestó Rainieri, irguiéndose en el sillón.
—Se encargó de un «bicho» con cabeza de chancho y cuerpo de serpiente.
Rainieri le dio un largo sorbo a su baso.
—Para hacer mi trabajo en otro país tengo que ser un agente
especializado ¿Querés decirme cómo mierda me especializo en monstruos?
—Soy buche, el resto es problema tuyo.
—Andá a la concha de tu hermana. Llamame cuando tengas algo más.
—Lo de Chile tengo todo: lugar, testigos, muertos… también estuvo la
chinita.
—¿Es china?
—China, ponja, coreana, es la misma mierda.
—Okey, teneme al tanto —dijo y cortó.
Se bebió lo que quedaba de líquido en su vaso y se puso de pie. Se
estiró y se desperezó. Se fue al baño y descargó la vejiga. Lavó sus manos,
dientes y cara y se dirigió a su habitación. Vestía un short, una musculosa
morley y ojotas. Se sentó en la cama despojándose del calzado, se quitó la
prenda superior y se arropó junto a su mujer que llevaba dormida tres horas. La
abrazó, la besó en el hueco bajo la oreja izquierda y cerró los ojos.
Mañana sería un día muy largo.
2
Al cabo de tres horas despertó. Algo no encajaba, no podía identificarlo
pero le molestaba en el cerebro como lo haría una piedra en el zapato. Sin
hacer ruido, fue hasta la sala y encendió su notebook. Buscó casi frenéticamente el informe de la oficina
forense; las fotografías de la cámara de seguridad estaban borrosas, y era muy
difícil distinguir la cara del intruso que se llevó el cuerpo del Pombero.
Haciendo zoom en ellas, trató de
identificar cuadro por cuadro la secuencia correcta. Una figura humana, al
parecer un adolescente, entró en el pasillo. Vestía de negro, y resaltaba
contra las paredes blancas iluminadas por las luces de neón.
En una de las fotos, el guardia se levanta y le impide el paso, en el
siguiente cuadro el pobre hombre se desploma y el joven pasa sobre él.
Rainieri se giró para buscar la fotografía del guardia al momento de
entrar en el hospital y advirtió que había perdido el ojo derecho. Se concentró
en el monitor y avanzó de nuevo, cuadro por cuadro; memorizando las imágenes
una por una, tomando notas sin ver lo que escribió:
Imagen 001256: guardia de pie, intruso avanza por el pasillo
Imagen 001257: guardia detiene al intruso con una mano.
Imagen 001258: guardia se aparta, parece ser golpeado con algo. El
intruso levanta una mano hacía él.
Imagen 001259: intruso baja la mano, Guardia cae hacia atrás.
Imagen 001260: guardia sale del cuadro, solo sus pies en el piso.
Intruso se aleja.
La cámara de la entrada a la sala de exploración no muestra a nadie
entrando ni saliendo a partir de aquí. El intruso lastima al guardia y se
encamina a la sala de exploración donde el Pombero está almacenado. Pero no
entra ni sale.
—¿Qué demonios? —dijo Rainieri, lanzando el bolígrafo contra la mesa
ratona.
Se restregó los ojos para despejarse. Casi podía escuchar rechinar a los
engranes de su cerebro, tratando de encontrar una pista. Volvió a las imágenes;
ya casi se las aprendía. Regresó hasta la 001258.
—Hija de pu...—murmuró para no despertar a nadie—. Te tengo...
El «intruso» en la imagen 001258 parecia llevar algo en la mano, ese algo que destrozó el ojo del guardia. En
la 001259 distinguió el mango de una katana.
Tomó el celular de la mesa y marcó al cuartel general.
—Ya sé quien tiene el cuerpo del Pombero —dijo en cuanto entró la llamada—.
Quiero que encuentren a esa China. Fotos, datos y todo lo que tenga que ver con
ella. Bloqueen las entradas y salidas de inmigración.
Al colgar se llevó las manos a la nuca, estaba cansado y agotado. Lograba
convertirse en un cascarrabias en potencia cuando la necesidad de resolver todo
le calaba hasta los huesos. Había ocasiones en que el orgullo podía más que el
placer, y con él todo era lo primero.
3
Su primera tarea, en la mañana, fue enviar un comunicado encriptado a La
Asamblea General, nada de Comité Ejecutivo ni de Secretaría general. Debía ir
al grano a sabiendas que ignorarían su petición, pero tenía un atisbo de
esperanza dado el crimen en cuestión. Por su puesto, en el mensaje enviado iba
adjunto todo lo relacionado con la mujer asiática. Si esto no los convencía de
subsidiarlo en el caso, nada lo haría.
Para su sorpresa, la Asamblea General le había respondido por la tarde,
cuando ya daba por terminada su jornada. Se harían cargo de todo lo relacionado
con la política, los recursos, los métodos de trabajo, las finanzas, las
actividades y los programas que Rainieri necesitase para el trabajo encubierto
que estaba dispuesto a emprender. Pero se desentendían de cualquier fallo en la
misión. A partir de este momento, su vida y su trabajo corrían por su cuenta.
Perfecto, era lo que esperaba.
Limpió su computadora de toda información que pueda delatar su tarea.
Borró el historial de navegación de descargas, vaciar cachés, eliminó cookies,
datos de sitios y de complementos, contraseñas guardadas y datos guardados de
la función autocompletar. Apagó la máquina, hizo lo mismo con las luces de la
oficina y se retiró dejando el lugar bajo llave.
Esa noche tendría que hablar con su esposa. Entendería, pero no por eso
le gustaría la noticia. Era una gran mujer.
El sol comenzaba a ponerse en el horizonte y las sombras trajeron el
frío. Rainiere sacó su BlackBerry e hizo una llamada.
—Tengo todo arreglado.
—Sabía que lo ibas a hacer.
—Quiero que mañana a las diez seas el primero en el banco y retires
todos mis fondos. En la caja van a estar las cosas que me enviaron desde Lyon.
Te veo en el aeropuerto al mediodía. Ahí te doy las indicaciones que faltan.
—A ver, a ver, a ver. ¿Desde cuando soy tu siervo?
—Desde que quedás a cargo de Las Oficinas en mi ausencia.
—Me estás jodiendo.
—Sabés que no juego con esas cosas. Sos el único que puede ayudarme con
la información que voy a precisar y la que voy a manejar.
—Muy bien. No se hable más. Te veo mañana.
—Listo —contestó Rainieri y colgó.
4
La reacción de Sandra fue tal cual la esperaba, ni más ni menos. Con
lagrimitas y todo. Por eso se portó como un buen esposo y la invitó a cenar a
Palermo Soho, al restaurante afrodisíaco Te
Mataré Ramirez. De entrada pidieron un Tu
oleaje de hembra te aniquila en la noche, que consistía en roll de
confitado conejo, morrón y mango, rebosado en panco, salsa teriyaky y pisto de
vegetales. De plato principal un Arranco
el goce de tu tibio tesoro con mi lengua encendida, que no era otra cosa
que salmón rosado tataky, acompañado de recula, menta, vivos gajos de naranja y
tentáculos de calamar, con un amarillo coulis de limón y papas bouchon. Y de
postre, un Quemé mi lengua al deseo de
lamerte para él, y un Estimulo
lujurioso para ella: mousse de chocolate semi amargo y helado en bochas
respectivamente.
Salieron de allí lo bastante calientes como para terminar haciendo todo
lo que hicieron en uno de los mejores albergues transitorios de la zona. A las
cuatro de la mañana regresaron a su hogar, donde se echaron otro polvo cada uno
y durmieron haciendo cucharita.
5
Cuando
Rainieri llegó al aeropuerto, su contacto lo esperaba sentado en una de las
butacas.
—Disculpá la tardanza —expresó Rainieri.
—Acá tenés. Todo lo que te enviaron y el dinero. —Rainieri tomó las
cosas y separó cinco fajos de billetes, los cuales le tendió a su compañero.
—Tomá. Mandale esto a mi mujer por Western
Union, ni se te ocurra acercarte a mi casa.
—Hey, amigo. ¿No confiás en mí?
—En vos sí, en tu pija no.
—Ya gritaste.
—Sí.
—Te tengo otra cosa. Tomá. —Y le extendió un sobre papel madera bastante
pesado—. Después de lo del chancho/víbora
se fue a Perú. Va en compañía de una mina de pelo castaño, en un Doge Charger del sesenta y nueve. Pararon
en la última estación de servicios de la carretera Panamericana. Podés hablar
con el propietario. Es puto. —Rainieri hizo una mueca y frunció el ceño ante el
comentario—. De ahí pasaron por una colonia japonesa llamada Nikkey, para
evitar la caseta fronteriza. Por lo menos eso es lo que creo, sino no entiendo
por qué carajo pasaron por ahí. El caso es que se detuvieron en un bar llamado
Bar Koi, y allí, el tipo este, el Pro, volvió a hacer de las suyas.
—¿Otra criatura?
—Una especie de zorro. O algo así. Contactá a la Sargento Naota.
—¿Alguna otra cosa?
—En el pueblo de Edén sucedió algo extraño que involucra a perros.
Tenelo en cuenta, por la dudas. Puede que se dirija para allá. ¿Ya viste la
foto? —Rainieri rebuscó en el sobre.
—¿Qué foto?
—La de tu culo y mi choto, ja, ja, ja.
—Qué tipo pelotudo.
—Nos vemos, che. Buen viaje y cuidate.
—Cuidame el rancho.
Ambos se dieron un fuerte apretón de manos y asintieron con las cabezas.
Luego se separaron.
Una hora más tarde, Rainieri volaba rumbo a Chile.
En el camino 2da pte.
Saliendo de Nikkei fue rebasado por el
coche negro. Alcanzó a distinguir a dos personas dentro y el cabello castaño de
la conductora, entonces la transmisión chirrió cuando la chica forzó la cuarta
velocidad y lo ha seguido desde entonces. En todos sus años de conductor ha
acumulado la experiencia suficiente para saber que si los pasajeros del Dodge
no bajaban la velocidad la carretera les cobraría su propia cuota.
Ha mantenido la distancia para evitar una posible colisión pero, aunque
quisiera no podría alcanzarlo, su camión Dina de volteo se resistía a correr
tanto en ese tipo de camino y el Dodge Charger se estaba metiendo en la
carretera secundaria; “Creo que tendrás que seguirlos, che” piensa y enciende
los faros para niebla, así no los perderá de vista. Con cada tumbo y derrape
que da el coche siente un hormigueo extraño recorriendo su espalda. La verdad
es que está más ansioso de lo normal y presiente el por qué.
Ya sólo distingue al coche como un manchón
negro que sale y entra del maltratado asfalto. Ruega porque la misma fricción
del suelo les haga reducir la velocidad y que de esa forma él pueda darle
alcance antes de entrar a “La Selvilla” como llaman a ese tramo selvático,
espera que la conciencia del conductor apele a la cordura, que se dé cuenta que
es un tramo demasiado oscuro y peligroso para ir a esa velocidad.
Sigue vigilando al automóvil; se
estremece al verlo perder el control e intuye que esa es su oportunidad. Pisa a
fondo el acelerador forzando la maquina del Dina hasta llegar a la máxima
velocidad que puede con la carga que lleva, cree que podrá llegar y detenerlos.
—Hay que detenerlos —dice con voz
relajada. “¿Para qué mierda quiero detenerlos?” fue la pregunta que se hizo en
sus pensamientos.
No hace caso a la pregunta de la razón
y se lanza contra el Dodge que ha regresado a la carretera, da un golpe al
costado izquierdo del auto para hacer que el conductor de ese bólido retome el
control del coche y que baje la velocidad. A pocos metros llegarán al entronque
con la carretera Panamericana e intentará detenerlo “delicadamente” contra el
muro de contención, confiando en su enorme camión de volteo.
En su pensamiento tal proeza resultaba
más fácil que la manera en que realmente lo hace, el sonido chirriante que
produce el golpe de chasis contra chasis le pone de los nervios y busca con
desesperación el muro para detenerlos. Si no hubiera estado tan preocupado por
salvarles la vida se hubiese disculpado con los pasajeros por destrozarles la
carrocería, las chispas del choque de los metales iluminan la noche hasta que
el muro se encargar de frenarles casi instantáneamente destrozando la puerta
del copiloto y dejándola inservible. El olor a llanta y lamina quemada le
escose la nariz, toma su linterna de mano y baja del camión.
—¿Hay alguien herido? —pregunta con un
marcado acento argentino al momento en que alumbra al interior del auto. Se ha
subido en el cofre del Dodge. El rayo de luz apunta a la cara sangrante de
Karina quien lo mira con los ojos desorbitados sin dejar de estimular a su
compañero— !A la mierda y la concha de tu madre!
No dice nada mas, con las manos
desnudas pero con sumo cuidado termina de tumbar los restos del parabrisas y
extiende la mano para ayudar a salir a la joven, quien acepta la mano amiga.
—Ayúdame a sacarlo —le ordena la chica
y él obedece sin objetar.
Con dificultad entra al coche. Ve el
sangrado que no es copioso pero si constante, sin temor a mancharse de rojo,
suelta el cinturón de seguridad que sujeta al herido, tomándolo entre sus
brazos y lo empuja hacia fuera donde la mujer ya esta halando para ayudar con
el peso muerto. Antes de salir del auto inspira profundamente
dándose ánimos para salir. La adrenalina le hace sudar más de lo normal. La
estatura del hombre desmayado contra el cofre del Dina le resulta poco común
pero en sí la sola presencia del hombre le produce una sensación extraña, ya no
es ese hormigueo raro que sentía antes del choque, sino algo más complaciente
como si ya estuviera en calma. Es un sentimiento de bienestar y
tranquilidad a pesar de estar consciente de que tienen que correr a buscar a un
médico.
—¡Reacciona! —grita la mujer sin dejar
de masajear la entrepierna del gigante— Necesita atención medica.
El llamado de atención lo saca del
trance, usa las piernas para cargar con el peso del hombre del traje
negro y camisa carmesí, abre la puerta del Dina y entre pujidos y carraspeos
logran montar al sujeto al asiento del copiloto. La mujer se acomoda al lado
derecho para seguir con el trabajo de manos mientras el camión traquetea al
meter la primera.
—Soy Karina y este idiota es Zvonimir,
no tenemos documento alguno que nos acredite en Perú —dice la chica casi sin
pausa y sorbiendo los mocos—, si pude dejarnos cerca de un hospital ya me
encargare yo de que todo salga bien.
—Un gusto en conocerla señorita, mi
nombre es Juan Esteban Bassagaisteguy pero todos mis amigos me llaman El
Trabas, por el nombre sabe usted aun que se los deletreo siguen quedándose
trabados —le contesta a Karina con una sonrisa afable, casi tan parecida a la
de Zee en uno de sus días tranquilos —. No se preocupe por la atención medica,
conozco a alguien que podrá ayudarnos, si es que no le importa que atienda a
animales en lugar de personas.
Continuara...
¡Excelente!
ResponderEliminarLa batalla contra El Pombero, relatada con una lucidez incréible.
Y la aparición de Marina y Rainieri, grandes aciertos que le dan aún más brillo a la historia.
Cuántas incógnitas, cuántas puertas que se abren sin saber qué nos depararán las próximas entregas.
¡Y gracias por la mención! Aunque no confío demasiado en ese Juan, je.
¡Fuerte el aplauso para los tres!
Exclente laburo...
P.D.: un video del chamamé "María va", tema musical compuesto por Antonio Tarragó Ros, e interpretado por él mismo y por la Gran Mercedes Sosa, donde menciona a "El Pombero": http://www.youtube.com/watch?v=_izmezSycRE
¡¡¡La historia se está poniendo realmente interesante!!!
ResponderEliminarTengo más intrigas que respuestas, pero supongo que eso es bueno :P
Buenas descripciones, buen clima, buenos personajes (XD)... En fin, ¡¡¡buen trabajo Carmen y Pepe!!! :D
Muy buena la parte del detective Rainieri también, así que mis felicitaciones para Raúl por el aporte.
Espero más de esta historia, y ¡pronto por favor! ;)